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Cienfuegos, Estados Unidos y la Marina

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Carlos Matienzo

En el documento acusatorio que presentaron las autoridades estadunidenses en contra del general Salvador Cienfuegos hay un alias que aparece recurrentemente: H-2. Se trata del sobrenombre de Juan Francisco Patrón Sánchez, quien heredó el control de la organización de los Beltrán Leyva y a quien, según acusan los estadunidenses, supuestamente benefició el general secretario.

Las investigaciones sobre la red de apoyo gubernamental del H-2 no son nuevas. Este personaje también es central en otro caso radicado en Nueva York: el de Édgar Veytia, exfiscal de Nayarit. Veytia encabezó el aparato de seguridad de ese estado de 2013 a 2017 y estableció una auténtica pax narca que produjo los niveles de homicidios más bajos en la historia reciente de Nayarit y que repuntaron más de 300% tras su arresto.

Un mes antes de que Veytia fuera detenido, el H-2 había sido abatido en un impresionante operativo llevado a cabo por la Marina Armada de México en Tepic. Los marinos, desde un helicóptero artillado, dispararon hacia el lugar donde se encontraba el delincuente y las impactantes imágenes quedaron capturadas por habitantes de esa ciudad.

Hoy, a la luz de las acusaciones en contra del general Cienfuegos, cobra nuevamente relevancia este operativo. Seguramente para 2017 en la DEA ya consideraban que altos mandos del Ejército colaboraban con el H-2 y es probable que entregaran información de inteligencia a la Marina para que lo abatieran. Éste es un testimonio de la larga historia de desconfianza entre las autoridades antinarcóticos de Estados Unidos y el Ejército mexicano, contrario a la buena relación que mantienen con nuestros marinos.

Hablamos, pues, de un capítulo más del paternalismo estadunidense sobre nuestro aparato de seguridad. Nuestra guerra contra los cárteles de las drogas no puede entenderse sin las presiones, los vaivenes políticos y los intereses de nuestro vecino del norte.

Por ello hay que leer la detención de Cienfuegos —más que como un acto de justicia de a quienes poco les ha importado colaborar con corruptos y organizaciones criminales en el pasado— como un manotazo desde Estados Unidos para seguir mandando en esta guerra. Sobre todo, frente a un Presidente mexicano que decidió empoderar como nadie a esa corporación de la que tanto desconfían.

Tan sólo el mismo día en que arrestaron a Cienfuegos, horas antes, el titular de la Sedena había enviado un oficio a su homólogo de la Semar avisándole que, por instrucciones del Presidente, tomaría control operativo de todos los marinos asignados a la Guardia Nacional. Es una casualidad que ambos hechos coincidieran en fecha, pero, más allá de ello, con el audaz golpe desde Estados Unidos en contra el Ejército, es inevitable pensar que la correlación de fuerzas entre ambas dependencias cambiará.

Si el Presidente de México había inclinado la balanza hacia los soldados, los otros que deciden en esta guerra lo hacen hacia los marinos. Esta situación, si no es bien manejada, puede generar una tormenta al interior del gabinete de seguridad en medio de uno de los periodos más violentos de nuestra historia.

Ante este escenario, valdría la pena aprovechar la salida de Alfonso Durazo de la Secretaría de Seguridad para poner a un civil que sí pueda estar por encima de las tormentas militares; que corrija el desbalance que el Presidente ha creado y que ordene, incluso replantee, la relación bilateral de seguridad con Estados Unidos.

El arresto de Salvador Cienfuegos sacude todo y a la vez reafirma que nada ha cambiado: los estadunidenses quieren que continuemos esta guerra bajo sus términos.

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