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La justicia: ese discurso que nunca se vuelve realidad

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Jaina Pereyra*

La gente está desencantada con la democracia. Latinobarómetro lo confirma cada año: México es el país latinoamericano más insatisfecho con este sistema de gobierno. Más que insatisfechos, yo creo que estamos decepcionados. Pensamos que la democracia iba a transformar nuestra realidad y mírala, sigue igual.

Ayer hubo una cena en mi casa. Como en tantas sobremesas hablamos de la situación del país. Una concatenación de ejemplos de cómo todo estaba mal: corrupción en el gobierno local para autorizar obras que arruinarán una playa en Oaxaca; corrupción del presidente municipal que se robó el presupuesto de su gestión, sin entregar una sola obra; corrupción del delegado que lleva todo el año encarpetando la misma calle, pero solapando el cobro de derecho de piso; corrupción, corrupción, corrupción en todos lados.

Y si bien hay días en los que estoy más optimista, en los que creo que por cada funcionario denunciado, hay miles de servidores públicos cumpliendo con su tarea de forma honrada, hay días en los que me cuesta confiar en ello. Esto se agudiza cuando veo que el discurso no es nuevo y que, si acaso, sólo ha perdido sustancia y ritmo. Ya ni siquiera como aspiración es elocuente. Se me ocurre que tal vez leyendo y releyendo las aspiraciones durante la consolidación de nuestra nación, podemos encontrar el ánimo que necesitamos para, por fin, volverlo realidad. Por ejemplo:

“Conciudadanos: ha llegado el día feliz en que la nación libre y soberana es convocada por primera vez para darse leyes que han de ser las bases de su felicidad (...) los principios eternos de justicia serán la norma; su fin y objeto el bien comunal”.

Discurso del Supremo Poder Ejecutivo al convocar al Congreso Constituyente, 1823.

“ (...) hacer reinar la igualdad ante la ley, la libertad sin desorden, la paz sin opresión, la justicia sin rigor, la clemencia sin debilidad: demarcar sus límites á las autoridades supremas de la nación: combinar éstas de modo que su unión produzca siempre el bien y haga imposible el mal: arreglar la marcha legislativa poniéndola al abrigo de toda precipitación y extravío: armar al Poder Ejecutivo de la autoridad y decoro bastantes a hacerle respetable en lo interior, y digno de toda consideración para con los extranjeros: asegurar al Poder Judicial una independencia tal que jamás cause inquietudes a la inocencia, ni menos preste seguridades al crimen”.

El Congreso Constituyente al Promulgar la Primera Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, 1824.

“La administración de justicia se halla, por desgracia, en un estado lamentable, y de este grave mal se resentirá nuestra sociedad.”

Valentín Gómez Farías al jurar como Presidente Interino, 1833.

“Es, pues, indispensable, si es que queremos conservar la patria, que entremos con paso firme en el camino de la justicia.”

Discurso de Melchor Ocampo sobre Religión y Unión, 16 de septiembre de 1858.

“Es ejecutivo, preminente, que demos a nuestros hijos una buena educación civil, honrosas y productoras ocupaciones; que consideremos los destinos públicos como cargos de conciencia y de temporal desempeño y no como sinecuras y patrimonios explotables (…). Aún es tiempo, pero es acaso la última de las oportunidades de que México se salve. No se necesita más que justicia plena (…)”

Discurso de Melchor Ocampo sobre Religión y Unión, 16 de septiembre de 1858.

Llevamos más de un siglo con esto: un discurso que no asienta, una voluntad que no se consolida. No sorprende que seamos un país desencantado con la democracia. Aunque tal vez el origen del desencanto radique en una concepción de la democracia que sigue entendiéndose como un poder que se ejerce “desde arriba”. Pero, como dijo una amiga en esa misma cena, “un país no se cambia desde arriba”. La democracia se tiene que transformar “desde abajo”. Nos toca pues.

* Especialista en discurso.

Directora de Discurseros SC

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