Polarización democrática

PorDaniela Guerrero El senador republicano Ted Cruz retuvo su escaño, con un margen de 200 mil votos, sobre Beto O’Rourke, el candidato demócrata con mayor financiamiento y popularidad en Texas durante los últimos años. De los casi ocho millones de texanos que ...

Por Daniela Guerrero

El senador republicano Ted Cruz retuvo su escaño, con un margen de 200 mil votos, sobre Beto O’Rourke, el candidato demócrata con mayor financiamiento y popularidad en Texas durante los últimos años. De los casi ocho millones de texanos que salieron a votar el martes 6 de noviembre, Cruz obtuvo 50% de los votos; O’Rourke, 48%. Al declarar su victoria en Houston, el senador habló de la inamovible identidad republicana de Texas, acogido por cantos multitudinarios a favor del “muro”. Entre abrazos y lágrimas, los seguidores de O’Rourke demostraron su impotencia ante la derrota en una de las contiendas más cerradas en la historia del estado, ante la cual O’Rourke respondió: “Estoy muy orgulloso de ustedes”.

En Georgia se interrumpió la larga tradición demócrata con la victoria del secretario de Estado republicano Brian Kemp sobre Stacey Abrams, quien se perfilaba como la primera gobernadora afroamericana del estado. El estrecho margen que selló la victoria de Kemp, 50.3% contra 48.7% de Abrams, se disputó intensamente, ¿por qué? Las 53 mil aplicaciones pendientes para el registro electoral de votantes afroamericanos, a cargo de la Secretaría de Estado, comandada por Kemp. La Prensa Asociada reveló la cifra de aplicaciones esperando verificación, así como la demográfica de la mayoría de los registros retrasados, fortificando las acusaciones de Abrams a Kemp por racismo institucionalizado y supresión de votos.

Florida no se quedó atrás en un contexto de rígidos contrastes. El antiguo congresista Ron DeSantis venció al alcalde de Tallahassee, Andrew Gillum, por un margen tan constreñido que por varias horas se habló de una inevitable segunda vuelta en la contienda para gobernador, comandada en márgenes menores a .5% por las leyes estatales. DeSantis alcanzó 49.7%, mientras que Gillum, 49.1%, escasamente escapando la repetición de la jornada electoral. Gillum se posicionaba como la cura del debilitado Partido Demócrata en Florida, con menos de 40 años y la posibilidad de convertirse en el primer gobernador afroamericano del estado. Sin embargo, los republicanos de Florida apoyaron al candidato de su partido, directamente respaldado por Trump.

Mientras que las conclusiones dominantes de las elecciones intermedias se expresan en afirmaciones genéricas —“Los demócratas recuperaron la Cámara de Representantes”, “Los republicanos mantuvieron el Senado”, “Trump no está feliz con los resultados”, “Existe una mayoría de gobernadores republicanos”— es importante enfatizar otro tipo de diagnósticos.

El planteamiento de benevolentes cruzadas liberales lentamente venciendo las oscuras fuerzas reaccionarias comandadas por Trump distorsiona y reduce la polarización de Estados Unidos a un estado transitorio y aberrante. Una serie de fallos en una democracia ejemplar. Los estrechos márgenes de derrota demócrata no señalan la superioridad del racismo y la irracionalidad ante los obvios beneficios de la inclusión y la equidad. La movilización electoral de amplios sectores conservadores, antimigratorios y segregacionistas no son síntoma de una “crisis de identidad” en Estados Unidos, sino de las exacerbadas identidades políticas activadas por un sentido de amenaza en ambos lados.

La nacionalización y polarización de la política norteamericana, previamente caracterizada por tendencias locales, han ahondado el precipicio entre republicanos y demócratas, posicionándolos como antónimos. Aludir a una crisis de identidad, a una anomalía sociocultural, a una cruzada humanista contra el mal reaccionario personificado por Trump, no toma en cuenta la guerra civil, el antagonismo histórico entre este y oeste, la discordia rural-urbana, los grupos de supremacía blanca, los tiroteos, el ascenso poblacional de “minorías”, el debate sobre la veracidad del cambio climático. La narrativa sociopolítica de Estados Unidos prescribe fragmentación, dicotomía y antagonismo. Las delgadas derrotas de O’Rourke, Abrams y Gillum sugieren la consolidación de una agravada disensión entre partidos, en un país que tiende a partirse en dos.

La materialidad de la interpretación conservadora republicana y la vena liberal demócrata es innegable. Ambos hablan sobre “recuperar,” “salvar,” “reclamar” su país, fijando a su opuesto como descaminado y abominable. Los defensores de Cruz quieren el muro, los partidarios de O’Rourke se indignan ante la retórica aislacionista. Los demócratas de Georgia y Florida impulsan a candidatos afroamericanos, los republicanos mantienen a gobernantes blancos.

Más allá de los resultados tangibles, ¿qué implica un voto cercano a 50/50 en múltiples estados? ¿Cómo se traduce el debate entre “liberales” y “conservadores”? Si el votante que cree en Trump y el que lo desprecia existen con la misma contundencia, no se avecina el triunfo partidario, sino la consolidación del opuesto como el único vehículo político que motiva al ciudadano promedio a votar, participar y reaccionar. Los vehículos democráticos contienen, pero no transforman la polarización.

La reticencia a legitimar y la impaciencia por condenar al otro, por encima de intereses locales, evidencian peligrosas actitudes de enajenamiento. Se respeta el voto, pero se cimientan grupos insulares que repudian y defienden. En Estados Unidos, las elecciones anunciaron los límites estabilizadores de la democracia y la dilatada polarización que rige la movilización electoral.

Los moldes del reaccionario Trumpeano, el demócrata idealista, el granjero reaccionario, el citadino progresista, son vacuos e insuficientes para lidiar con las complejidades del país, pero los electores y militantes los llenan con entusiasmo, relegando soluciones constructivas y conciliadoras al plano de los débiles, los apartidistas y los traidores. Por encima de vítores y derrotados concretos, la polarización democrática a nivel federal, estatal y local arrasó.

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