La fuerza de los hábitos

La denuncia de mujeres que ponen en duda la respetabilidad de hombres amenaza la supervivencia de sistemas de hábitos cimentados en la inequidad

Por Daniela Guerrero

“No quiero estar aquí hoy,” comenzó Christine Ford, profesora de sicología en la Universidad de Palo Alto, en su comparecencia ante el Comité Judicial del Senado el jueves 27 de septiembre. “Siento terror. Estoy aquí porque creo que es mi deber cívico contar lo que pasó cuando Brett Kavanaugh y yo estábamos en la preparatoria.” Ford relató cómo Kavanaugh, el juez republicano nominado por Donald Trump para la Suprema Corte, la acosó sexualmente.

Cuando llegó su turno ante el Comité, el juez negó las acusaciones en su contra, indignado ante el “golpe político impulsado por furias hacia la elección del presidente Trump.” Kavanaugh describió las presiones mediáticas, civiles y políticas exigiendo su retiro de la contienda como “un circo” y una “desgracia nacional.” Ford y Kavanaugh reiteraron la veracidad y sustancia de sus testimonios. Con la misma vehemencia, visiblemente alterados, ambos defendieron su causa.

Las últimas semanas reabrieron viejas heridas en Estados Unidos. En 1991, Anita Hill, profesora de derecho en la Universidad de Brandeis, también compareció ante el Comité Judicial del Senado para denunciar a su antiguo jefe Clarence Thomas, nominado republicano a la Suprema Corte por George W. Bush, por acoso sexual. “Hubiera sido más cómodo quedarme callada,” concluyó Hill en su testimonio, “Sentí la necesidad de decir la verdad.” Thomas negó las acusaciones y se refirió al escándalo como un “linchamiento de alta tecnología” por ser afroamericano. “Esto es un circo,” respondió.

Negar las paralelas resulta difícil. Tanto Kavanaugh como Thomas fueron seleccionados por presidentes republicanos para remplazar a jueces a punto de retirarse en la Suprema Corte. Ambos, graduados de derecho por la Universidad de Yale. Ambos, jueces en la Corte de Apelaciones del Distrito de Columbia. Ambos, acusados por conductas sexuales inapropiadas. Ambos, ignorantes de las situaciones referidas por sus acusadoras. Ambos, aludiendo a conspiraciones políticas en su contra.

Tanto Hill como Ford tardaron varios años en denunciar a sus agresores públicamente. Ambas profesoras, en instituciones norteamericanas prestigiosas. Ambas profesionistas, pertenecientes a esferas socioeconómicas relativamente elevadas. Ambas, afirmando haber sido víctimas de acoso sexual. Ambas, con clara recolección de las formas predatorias de sus atacantes. Ambas, aludiendo al deber cívico y la necesidad moral. 

Mientras esferas liberales aplaudieron la valentía de Ford, millones condenaron distintos aspectos de su acusación. Algunos dudaron por la impuntualidad de la denuncia. Para otros, su dramatización y énfasis en una cultura misógina resultaron en “excesos” del híperfeminismo actual.

La paralela crucial entre 1991 y 2018 no están en las reacciones de acusados y acusadoras, ni en la polarización social entre liberales y conservadores. La convergencia está en los resultados: Kavanaugh y Thomas lograron avanzar.

Tras el escándalo, Thomas pasó a convertirse en juez de la Suprema Corte. El viernes 28 de septiembre, tras una votación retrasada, el Comité Judicial del Senado confirmó la nominación de Kavanaugh para ser votada en el pleno. Minutos antes de concluir, el senador republicano por Arizona, Jeff Flake, ferviente opositor de Trump, supeditó su voto a una investigación anexa del FBI sobre el incidente. Sin embargo, la acusación de Ford, como la de Hill en su momento, carece de pruebas físicas, apostando su legitimidad a la palabra de una mujer contra la de un hombre.

Esta semana, el conductor Trevor Noah ofreció una mordaz sinopsis del razonamiento detrás de la defensa del acoso sexual: 1. “Nuestro muchacho es un santo.” 2. “Ella está mintiendo sobre lo que pasó.” 3. “Si es que está diciendo la verdad, probablemente no fue tan malo”.  4. “Tal vez fue muy malo, pero todos lo hacen, así que ¿a quién le importa?”. A pesar de la naturaleza lúdica del comentario, los rasgos generales de este razonamiento no son tan distintos del pensamiento colectivo. ¿Por qué no dijo algo antes? ¿Está mintiendo? ¿Tiene una agenda económica o personal? 

Los perfiles importan. Producen y reproducen conductas. Delinean lo admisible. Las simetrías entre los perfiles de Kavanaugh y Thomas, Hill y Ford, separados por 27 años, fungen como síntomas de la prevalencia de sistemas sociales corrosivos que sancionan y promueven la inequidad entre hombres y mujeres. Sin embargo, el apoyo que recibió Ford fue tan fuerte como su rechazo, mientras que, en su momento, Anita Hill fue condenada por la mayoría de la población. Estas últimas semanas, millones se movilizaron a favor de Ford, haciéndole saber públicamente que le creen, que su voz importa.

Las gestiones contra la violencia sexual y la equidad de género incluyen contradicciones, adaptaciones y desigualdades. Los hábitos son difíciles de cambiar. Se imponen no de forma violenta y evidente, sino que se escapan por las hendiduras de la inercia y la cotidianidad. El hábito de justificar y defender conductas sexuales impropias existe.

La denuncia de mujeres que ponen en duda la respetabilidad de hombres amenaza la supervivencia de sistemas de hábitos cimentados en la inequidad. El rechazo de hábitos que retratan el acoso sexual como tangencial y subjetivo es impensable, incómodo. La sugerencia de que la palabra de una mujer tiene el mismo valor que la de un hombre es un hábito adquirido por algunos, contestado por muchos.

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