Bélgica: “ceci n’est pas un pays”

Desde hace años, las autoridades belgas y europeas saben que Bruselas es el nudo del terrorismo islamista en Europa.

Por Stephan Joseoh Sberro Picard*  

El segundo lugar más visitado en el reino de Bélgica es el museo Magritte, el pintor surrealista que pintó una pipa, con la leyenda, “ceci n’est pas une pipe”, eso no es una pipa. No es una casualidad que Magritte sea belga, ni que Bélgica, junto con Francia y México, sea una cuna del surrealismo artístico y real.

Desde hace años, las autoridades belgas y europeas saben que Bruselas es el nudo del terrorismo islamista en Europa. El 24 de mayo de 2014, cuatro personas fueron asesinadas a sangre fría por un terrorista francés de origen argelino que regresó tranquilamente a Francia, donde fue arrestado. Se trataba del primer atentado del Estado Islámico en Europa. Ya tenía todos los rasgos de las matanzas ulteriores; preparación y realización fáciles en el corazón de la capital, del país y de Europa, crueldad, asesinato de civiles, antisemitismo. También, se preparó con toda tranquilidad en Bruselas y el terrorista pudo pasar sin problema la frontera.

La libertad de movimiento y de actividad de los terroristas islamistas en Bélgica preocupaba a las autoridades francesas, sobre todo que Bélgica detenta el récord de yihadistas de nacionalidad europea que van a combatir a Siria.

Los terroristas que mataron a 130 personas en restaurantes y sala de espectáculos en París en noviembre del 2015, también, vinieron y regresaron a Bélgica. Se escondieron meses en el barrio de donde eran originarios hasta una operación conjunta de la policía francesa y belga para, finalmente, atraparlos. Pero no fue antes de los atentados donde se perpetró otra carnicería de forma muy fácil, la proximidad de dos centros estratégicos, el aeropuerto internacional y la estación de Metro en medio de todas las instituciones europeas. 

Puede asombrar la ineficacia de la policía, a sabiendas del peligro inminente y evidente. La cadena de errores es larga y los ministros de gobernación y de justicia ofrecieron, sin que fuera aceptada, su renuncia. Bélgica es un país pequeño con un sector económico eficaz, pero el problema estriba en su situación política. Ante la división entre flamencos y francófonos, se decidió que para mantener la unidad del país lo mejor era un retiro progresivo del Estado central en favor de las comunidades lingüísticas, regiones y provincias. El resultado es un sistema político complejísimo, pero que hasta ahora ha permitido preservar una cierta unidad en un país donde ya no existe sentimiento nacional fuerte. Este repliegue en comunidades explica la poca integración de algunos musulmanes belgas, que viven aislados en sus barrios donde la policía no entra.

El fenómeno del terrorismo que crece adentro del país, por jóvenes de la segunda generación que ahí nacieron,  no es propio de Bélgica. Francia y Reino Unido, que tienen una historia común y dolorosa con el mundo musulmán primero a través de la colonización, pero también los Países Bajos o Dinamarca enfrentan el mismo reto.

Bélgica es, sin embargo, un caso especial. La división política del país, el repliegue del Estado central y la comunitarización de la ciudadanía favorecen la delincuencia y la corrupción. Hoy los belgas reaccionan con tristeza, pero también con una resignación e impotencia que recuerdan los peores momentos en 1996 del caso Dutroux, este pedófilo que pudo instalar una red asesina gracias a la ineptitud, algunos dirían la complicidad, de los medios políticos y policiacos. Poco más de diez años antes, los “matones del Brabante” hicieron 28 muertos en varios asaltos en la región que rodea Bruselas sin que hasta la fecha se sepa bien a bien quiénes eran y qué buscaban.

El Estado Islámico ha sabido pegar en la parte más blanda, en el ombligo de Europa, como decía Gilles Kepel, especialista del Islam europeo.

*Profesor-investigador del ITAM. Catedrático Jean Monnet. Codirector del Instituto de Estudios de la Integración Europea.

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