Vivimos tiempos en donde la reputación es crucial

El cardenal Richelieu, el estratega más brillante de su tiempo, ya advertía sobre la importancia de la reputación.

Carlos Carnero*

José Isaías Rodríguez **

Son tiempos en los que se consideran importantes la percepción y el juicio que los demás tienen de nosotros, así como de las expectativas que generamos como consecuencia. Si bien la reputación no es algo nuevo, sí se ha convertido en un elemento clave en la generación de valor para las sociedades y, particularmente, para las instituciones que las articulan y vertebran.

Es fundamental disponer de una buena reputación. Construirla implica la defensa de un conjunto de valores y principios de carácter ético, aunque sin olvidar los aspectos estéticos de la misma.

El cardenal Richelieu, el estratega más brillante de su tiempo, ya advertía sobre la importancia de la reputación, que era para cualquier gobernante la principal cualidad en el desempeño de sus responsabilidades al grado, que en su Testamento político, recomendaba a su rey arriesgar fortuna y grandeza, incluso la vida, en el cuidado de la reputación, ya que la más mínima mancha o cuestionamiento era un paso en la más peligrosa de las direcciones, con posibles consecuencias desastrosas para los intereses del Estado y llevarlo a la ruina.

La reputación significa garantía y, sobre todo, confianza. Confianza en que algo o alguien van a responder siempre, ante las situaciones más diversas, con predictibilidad, fiabilidad y seguridad. Todos tenemos una reputación que crear, desarrollar y mantener para que lo que traslademos al contexto que nos rodea sea ejemplar. No es fácil alcanzar una buena reputación y, sin embargo, sí lo es perderla.

La Unión Europea y sus instituciones no son ajenas a la valoración de sus ciudadanos en términos de reputación. “Todos ven lo que pareces, pocos palpan lo que eres”, establecía Maquiavelo en El Príncipe.

La extraordinaria novedad que representa la UE como construcción política respecto a la tradición que encarnan los Estados miembros que la conforman tiene consecuencias directas en su reputación ante la ciudadanía europea, que no termina de asimilar la imposibilidad de juzgar a Bruselas en los mismos términos que a los responsables políticos nacionales.

Ello implica que, en muchas ocasiones, a la UE se le pida hacer lo que no puede o debe, sin que haya plena conciencia de que es imposible o muy difícil que lo lleve a cabo. Sería la crítica por exceso desde el punto de vista de la ciudadanía, que termina considerando a Bruselas como un poder político incapaz o inútil.

La otra parte del desgaste en la reputación de la UE ante la ciudadanía procede de la crítica por defecto que se registra cuando se le acusa de imponer políticas a/y en los Estados miembros, vulnerando su soberanía o restringiendo su capacidad de maniobra, opinión que suele venir acompañada de una falta de evaluación real del impacto de las mismas. El papel de los gobiernos nacionales en la existencia de este problema se centra en dejar que el dedo público señale a la UE siempre en lo amargo o en lo agridulce.

La crítica menos lesiva, por conocida, es la procedente de los sectores euroescépticos tradicionales, que desearían renacionalizar competencias comunitarias a toda costa. Por el contrario, la más dañina es la que formulan sectores europeístas que, a menudo, confunden la competencia con su ejercicio o no ponen en la balanza los resultados realmente conseguidos.

La UE tiene que explicar proactivamente lo que hace, por qué y con qué.

Se trata de frenar el desgaste de la imagen, la percepción, así como las expectativas que ofrece la Unión a sus ciudadanos, responder al discurso euroescéptico, recuperar el tono y el espacio perdidos por el razonamiento europeísta, aumentar la participación ciudadana en la evaluación del impacto de las políticas y las decisiones comunitarias, concitar un apoyo creciente para que la Unión Europea signifique una unión con más Europa y una Europa con más unión.

Las instituciones y órganos de la UE deberían implicarse y comprometer a las instituciones nacionales, regionales y locales en la estrategia sobre la base de la responsabilidad compartida y la puesta en marcha de planes de actuación sostenida. Es imprescindible el concurso, en sus expresiones europeas y nacionales, de los partidos políticos, los agentes económicos, la sociedad civil en toda su diversidad, los creadores de opinión y los medios de comunicación. No es la Unión entendida como Bruselas la que se defiende, sino la Europa unida como un conjunto plural y diverso quien se moviliza para desarrollar el proyecto compartido.

La estrategia no persigue salir del desgaste iniciado con la gestión de la crisis económica, sino promover una renovada comprensión ciudadana de la UE que incluya a los europeos de hoy y a los del futuro: el corto plazo es necesario, pero lo fundamental es el medio y, sobre todo, el largo plazo. Sería un esfuerzo sostenido que empiece a cambiar el conocimiento público de la Unión, de forma que la rendición de cuentas se haga ante una ciudadanía formada e informada, que se comporte cada vez más como una opinión pública europea.

Una rendición de cuentas que se quede en comparecencias parlamentarias o ruedas de prensa no puede estructurar una estrategia de buena reputación; al contrario, lleva al fracaso. Al esfuerzo por explicar las decisiones de la UE de forma comprensible, debe sumarse información en tiempo real y en todas las lenguas. Además, por todos los medios de comunicación disponibles, desde los tradicionales (prensa escrita, televisión, radio) a las redes sociales, de forma continua y masiva.

El 9 de noviembre de 2015 se cumplieron 127 años del nacimiento de uno de los forjadores del proceso de integración de Europa: Jean Monnet. Sus Memorias, publicadas en 1976, deberían ser de lectura obligada en las escuelas de los Estados miembros de la Unión y contribuiría, sin duda, a que comprendiéramos mejor que “las naciones soberanas del pasado ya no son el marco en el que pueden resolverse los problemas actuales”.

Sobre esta base, día tras día, tenemos que contribuir, gobernantes y gobernados, en nuestra condición de ciudadanos responsables, a la buena reputación de la Unión Europea. Sus Instituciones deben asumir en la consecución de este objetivo un papel fundamental de impulso y coordinación. Europa se juega su futuro en ello.

*Director Gerente de la Fundación Alternativas

**Vicepresidente de Asuntos Europeos en Llorente y Cuenca (Madrid)

Cortesía LLORENTE Y CUENCA

Consultores de Comunicación y Asuntos Públicos

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