Naciones Unidas, ¿éxito o fracaso? (II)
A lo largo de los años, México ha reiterado su deseo de ver una Organización de las Naciones Unidas fuerte, democrática y útil para todos.
Por Sergio González Gálvez*
Cuando parecía seguro que las potencias aliadas saldrían victoriosas de la II Guerra Mundial, sus líderes más destacados aprobaron la llamada Declaración de Moscú sobre Seguridad General el 30 de octubre de 1943, en donde se comprometieron a crear una nueva organización que sustituyera a la fracasada Liga de Naciones.
El concepto en sí fue reafirmado en la Conferencia de Teherán celebrada entre los dirigentes de la entonces Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido, si bien, las características fundamentales de la nueva organización decidiéronse hasta la Conferencia de Dumbarton Oaks, mansión del siglo XIX en el barrio de Georgetown en la capital de Estados Unidos entre el 21 de agosto y el 28 de septiembre de 1944, y los mismos tres países reunidos en Yalta, Crimea, le dieron los últimos toques a las facetas fundamentales de la organización que se crearía en breve.
En particular, la posición de México frente a las conclusiones de la Conferencia de Dumbarton Oaks, a la que, por cierto, no fuimos convocados porque consideraron que no habíamos participado en forma activa en ese conflicto, se plasmó en el documento intitulado Opinión de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México sobre el proyecto de Dumbarton Oaks, que para el que esto escribe, sigue teniendo validez hoy en día.
De ese documento cabe destacar nuestra propuesta para incorporar una Declaración de Derechos y Deberes de los Estados, en el texto de la carta o como anexo; el compromiso de todos los Estados de incorporar el derecho internacional en sus respectivas legislaciones y el suprimir toda restricción a la competencia de la nueva organización para incidir en controversias internacionales.
Muchas de nuestras observaciones —quizá no las más importantes— tuvieron eco y quedaron reflejadas en la Carta de San Francisco. Empero, una vez disipado el calor de las batallas que habían herido Europa, Asia y África, la humanidad entró en una confrontación gélida y sui generis, que abarcaría los siguientes 45 años. Esta circunstancia, la Guerra Fría, habría de determinar que algunas de las aspiraciones mexicanas tuvieran que quedar latentes.
Sin embargo, no podemos rendirnos a la conformidad. Igual que hace 70 años, México pugna por un organismo cuya función sea la de lograr la aplicación práctica de los principios más nobles de la convivencia internacional, los cuales se han ya incorporado a nuestra Carta Magna (Art. 89 X) y deben permanecer allí a pesar de la opinión de algunos mal informados, que parecen ignorar la dinámica del derecho; lo que era violación del principio de no intervención hace 70 años quizá no lo es más.
A lo largo de los años, México ha reiterado su deseo de ver una Organización de las Naciones Unidas fuerte, democrática y útil para todos. Hoy, a través de nuestro jefe de Estado, acabamos de refrendar en el Debate de la Asamblea General nuestra aspiración histórica. Si en el pasado la Organización debió adecuar sus funciones a la definición de seguridad que dictaban las necesidades estratégicas de las potencias en la era bipolar, el fin de la Guerra Fría y la aparición de un nuevo mundo multipolar, que resta hegemonía a cualquier país, brinda una coyuntura de precioso valor para hacer del concierto de naciones una realidad, siempre y cuando sepamos manejar los intereses en juego en el marco de una aspiración común que es o debe ser, lograr un mundo en paz con justicia.
En conclusión, México estima prioritaria la tarea de frenar cualquier intento de debilitar las estrictas condiciones para ejercer el derecho de legítima defensa individual o colectiva a que se refiere el art. 51 de la Carta de la ONU; en la necesidad de avanzar en la reforma al Consejo de Seguridad y, en ese sentido, ha propuesto un incremento en la membresía no permanente de dicho órgano, así como nuevos criterios para limitar el derecho de veto o regla de la unanimidad, que tanto daño ha causado a la actividad básica de la ONU, además de que hemos insistido, a través de los años, en la necesidad de dotar a la Asamblea General de mayor poder de decisión sobre los asuntos que involucran el mantenimiento de la paz y la seguridad; temas a los que nos referiremos en artículos posteriores.
Embajador Emérito de México y exsubsecretario de Relaciones Exteriores.
