Triunfal despedida
Fidel Castro sentía un afecto filial hacia la figura paterna del Dr. Vasco.
Por Henry Raymont
WASHINGTON.—Estos días en que Cuba experimenta profundos cambios en su política interna, se hacen más presentes los recuerdos. Mi estadía en La Habana como jefe del Bureau de la United Press, a pocos meses de la triunfal llegada al poder de Fidel Castro, en mi opinión, fue la visita de despedida del Comandante al embajador de Brasil, Vasco Leitao da Cunha.
El renombrado Dr. Vasco fue, por muchos años, una verdadera leyenda en la historia de Itamarati—el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil—. Podríamos calificarlo como un epígono del galante “fin de siècle”.
Esa “histórica” visita —su despedida— comenzó cerca de las 11 de la noche para extenderse hasta pasadas las cinco de la madrugada. El correcto, pero a la vez emotivo encuentro, no me sorprendió; sabía que habían formado una relación personal, más allá de la formal, entre un diplomático y un jefe de Estado. Como buen freudiano consideré que Castro sentía un verdadero afecto filial hacia la figura paterna del Dr. Vasco.
Yo había llegado a la embajada cerca de las 10 para tomar té con Donna Nininha, la esposa del embajador —quien amablemente me había puesto en alerta de antemano sobre la visita de despedida—. Para mí el encuentro podía tener un significado más allá de una despedida protocolar.
Sentí que, de todas las relaciones que Fidel Castro había tenido con los miembros del cuerpo diplomático extranjero, ninguno tuvo más importancia para el líder cubano —tanto anímica como política—. La hipótesis me pareció comprobada al observar su evidente respeto por —y amistad con—el Dr. Vasco. No necesitaba la ayuda de un sicoanalista para reconocer el afecto casi filial que Castro demostraba hacia el diplomático brasileño.
Hasta el día de hoy pienso que si el gobierno de Juscelino Kubitschek hubiese dejado a Leitao da Cunha un tiempo más en Cuba, la historia de la isla pudo haber tomado un giro muy distinto —posiblemente a favor de una transición política y económica más moderada—quizás como la que actualmente está ensayando Raúl, el hermano de Fidel Castro.
Aun más extraordinario es el hecho de que durante los dos años en que el Dr. Vasco fue embajador en La Habana, Castro estaba perfectamente al tanto de las actividades “subterráneas” de la esposa de Vasco —y de su hermana gemela que también vivía en la embajada— que incluía planes de ayuda para fugarse de la isla para líderes de la “oposición subterránea”, como Eloy Gutiérrez Menoyo.
Sin embargo, el líder cubano optó por cerrar un ojo, sabiendo que podía contar con la amistad personal del Dr. Vasco —y que ésta, al fin y al cabo, contaría más que su escepticismo hacia la dirección de la evolución del proceso revolucionario hacia el comunismo.
Cuando pasó al retiro, el Dr. Vasco escribió sus memorias para los archivos de Itamarati. Una temprana versión publicada incluyó referencias positivas hacia la persona de Fidel Castro. Una segunda versión publicada varios años después dejó una imagen mucho más crítica del régimen, así como hacia el mandatario cubano. Los editores no ofrecieron ninguna explicación de por qué surgió ese cambio.
Pero coincidió con la llegada de la “dictablanda” al gobierno con el general Ernesto Beckmann Geisel al poder político. Su presidencia duró cinco años, de 1974 a 1979.
Espero que en un uno de estos días obtenga una nueva entrevista con El Comandante —sería mi novena desde su visita a Washington en 1961— y que él me aclare qué papel aún juega el Dr. Vasco en su propia memoria.
