Los placeres cotidianos / 27 de noviembre de 2024
Los aeropuertos son el umbral entre lo que dejamos atrás y lo que nos espera. En ese caos hay belleza.
UNIVERSOS PARALELOS
Los aeropuertos son algo más que puntos de conexión. Son mundos en miniatura, universos paralelos donde el tiempo parece seguir reglas propias. Aquí, mientras unos corren desesperados para no perder un vuelo, otros parecen vivir en una pausa infinita, esperando la llamada de embarque. Es un lugar donde conviven el estrés y la calma, la nostalgia y la anticipación, la soledad y la multitud. Frente a mi calma relajada está la ansiedad de mi novia, con ella debemos llegar cuatro horas antes, sólo para no entrar en pánico.
En los aeropuertos, todo se magnifica. Las despedidas son más emotivas, con abrazos que se alargan como si quisieran detener el tiempo. Las llegadas, por otro lado, se parecen a los finales felices de una película. Están también los viajeros solitarios que caminan por las terminales con auriculares, evitando el contacto visual, atrapados en su propio mundillo interior.
Cada aeropuerto tiene su personalidad. Los hay impersonales, fríos, casi quirúrgicos, donde cada movimiento parece ensayado. Y están los que intentan ser acogedores, con paredes decoradas, tiendas extravagantes y olores a café recién hecho. Pero todos comparten esa sensación de ser una burbuja, un espacio suspendido donde el tiempo se mide en conexiones, retrasos y anuncios por altavoz.
Los aeropuertos son perfectos laboratorios para estudiar la condición humana. Se encuentran todos los matices de la emoción: el niño que salta de alegría porque está a punto de volar por primera vez, el ejecutivo que grita por teléfono porque su vuelo fue cancelado, la pareja que se despide con lágrimas mientras promete reencontrarse pronto. Todo está al desnudo, sin filtros ni guiones.
Y luego está el fenómeno del “tiempo del aeropuerto.” Aquí, las reglas se difuminan. ¿Comer un desayuno completo a las 10 de la noche? Perfectamente aceptable. ¿Tomarte una copa de vino a las 8 de la mañana? Nadie te juzgará. El aeropuerto es un espacio donde la rutina queda suspendida, y lo único que importa es llegar al siguiente destino.
Sin embargo, no todo es tan romántico. Los aeropuertos son sinónimo de filas interminables, revisiones de seguridad que sacan a relucir nuestras peores manías, y la incertidumbre de si tu maleta llegará contigo. Hay algo profundamente humillante en quitarte los zapatos y desarmar tu maleta frente a desconocidos, como si fueras un sospechoso en un interrogatorio. Incluso en medio de ese caos, hay belleza. Ver despegar un avión y pensar en todas las historias que viajan con él: los que comienzan una nueva vida, los que visitan a un ser querido, quienes cumplen un sueño o simplemente los que huyen de algo. Cada vuelo es un microcosmos de historias humanas, de deseos y destinos. Y aún así, aquí somos todos iguales: pasajeros con boletos en mano, cargando maletas y expectativas. No importa si viajas en primera clase o en la última fila, todos dependemos de que el vuelo salga a tiempo, de que el clima coopere, de que no haya huelgas inesperadas. En el aeropuerto las jerarquías se difuminan, y todos compartimos la misma ansiedad y la misma esperanza.
Hoy, mientras escribo estas líneas desde el aeropuerto de Madrid, me doy cuenta de que estos lugares tienen algo de mágico, de irrepetible. Son el umbral entre lo que dejamos atrás y lo que nos espera. Y, aunque todos estamos de paso, cada uno lleva consigo un pedazo de este universo paralelo. Los aeropuertos son, en el fondo, un reflejo de nosotros mismos. Espacios de tránsito, pero también de transformación. Al cruzar sus puertas, dejamos de ser los mismos que éramos cuando llegamos. Y eso, quizás, es lo más extraordinario aquí, donde las despedidas y los encuentros son parte de un ciclo infinito, como la vida misma. La Unagi sonríe apurando mis pasos; llevo más de 12 libros nuevos en mi maleta de mano, un paquetito de jabugo y un perfume francés… amarrado a mis tesoros, se me acelera el pulso sólo de saber que ya casi estoy en casa. Bonito miércoles.
