Los placeres cotidianos / 14 de febrero de 2024

Dicen que san Valentín casaba a soldados con sus prometidas en aquellas cuevas donde se escondían

¡LAS CENIZAS DE SAN VALENTÍN!

Parece que me las busco, me meto en cada lío. Verán ustedes, san Valentín de Roma es un santito católico, perdonarán el diminutivo, pero le tengo muy poquita devoción a este cupidito de la Iglesia. Supuestamente se empezó a celebrar su día con la intención de contrarrestar las festividades paganas, aquellas de máscaras y orgías tan típicas de estas fechas, bueno, lo de las orgías sería antes, porque ahora ya andamos más acomedidos y fieles, casi tanto como los fieles difuntos, pero esos son hasta noviembre y ahorita no vienen ni al caso. Hablamos de fiestas de esas que llevaban el pecado en su nombre: las de carnaval. El festival de la carne. Y, de repente, viene la Iglesia, nos habla de amor, de amistad y pum, plaf, plof, nos meten el Miércoles de ceniza y que empiece la cuaresma, a hacer vigilia y ayuno intermitente. Nosotros que somos tan cochinotes de por sí, le aplicamos al día catorce la connotación sexual y reventamos los moteles. Lo que empezó con florecitas, corazoncitos, chocolates y meriendas de pastelito y té, anda hoy en revolcadas románticas, de ésas que cuestan una fortuna por aquello del yacusi o, de plano, los elevados y sofisticados cuartos con alberca y tobogán que tanto gustan en los pueblos del trópico.

Dicen que san Valentín casaba a soldados con sus prometidas en aquellas cuevas inmundas donde se escondían cuando el cristianismo era prohibido; pinches romanos, de plano no se medían, por si el matrimonio no fuera suficiente castigo, obedecían las órdenes de Claudio para desterrar cristianos, algo así pasa hoy con las indicaciones del Presidente para desterrar a los adeptos de Xóchitl, ya ni la amuela.

Les he dicho mil veces que soy un lector fanático, de esos que en baño ajeno ando buscando en los botiquines para leerme, aunque sea, el instructivo del acondicionador, pero el ¡Gracias! de don Andrés Manuel ni loco me lo chuto. Bueno, por lo menos no completo. Digo esto y, sin embargo, ya colaboré con su pensión para que se vaya tranquilo a La Chingada; por mi parte, se merece las regalías de su libro, aunque, como digo, yo no quiera leerlo, pero miento, algo ya he leído y es infumable. Pocas veces he tenido en mi mano un texto tan autocomplaciente, un ejercicio del yo más profundo, del endiosamiento sin reservas y con las intenciones más claras y declaradas, ataca y ofende a Xóchitl; no sé hasta dónde sea eso legal en este momento y para más INRI, hace una apología edulcorada y exagerada de las cualidades de Claudia, de genio no la baja y de haber hecho el mejor de los papeles en su gestión en la Ciudad de México. Se pasa, don Andrés, se pasa.

Volviendo a la ceniza, viene mi madre a la memoria. Mi mamá consideraba el símbolo como algo importante, decía que era la manera de presumir a Dios, hágame usted el fabrón cabor… la doña decía que ibas por la calle con la crucecita en la frente y así todo el mundo sabe que eres cristiano y orgulloso de Jesús, y yo que soy tan distinto. En mi opinión, ningún ejercicio de presunción religiosa debería ser bien visto, ni el burka de las señoras del islam ni las kipás de los chicos o las pelucas y las faldas largas de mis vecinas de Polanco. Que cada uno crea en lo que le apetezca, en lo que le siente bien y le reavive el alma, pero de preferencia, en su casa, sin alardes. Así lo veo yo que, sin darme cuenta, también peco de alardear mucho de mi agnosticismo. En fin, que hoy es catorce de febrero, buen día para decir te quiero, casi tan bueno como cualquier otro, hagámoslo, y regalemos libros, comeremos mejor los escritores y ayudaremos a nuestras personas amadas a ser más chingonas.

Feliz miércoles de san Valentín, y mucha suerte en la cuaresma, aprovechen la pescadería de La Comer y, si la pueden pagar, como Noroña, la de City Market o el Mercado de San Juan. Bonito día.

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