Como la vida misma / 2 de octubre de 2024

Ya puestos, la historia de México, tal como la enseñan en las escuelas, es una gran mentira

  • ¡AY, CHINITA QUE SÍ, AY, QUE DAME TU AMOR!

Así arrancó el lunes… “¡Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla!” Me pongo cantarín y si se mira bien, hay pocos motivos de alegría. No molestes Miguel —me increpo a mí mismo—, eres un conservador, un neoliberal, duro de corazón sin apenas sentimientos, un fifí que no le permite a su mente dejarse llevar por la emoción. Adversario, cuasi enemigo. Pues no, confieso que no, lo que pasa es que me mata la vergüenza ajena, me cuesta tragar la ramplona barbería, pero se me dificulta más la complacencia del homenajeado.

Si el momento más cutre de un cumpleaños, pongamos por ejemplo el mío, es mientras me cantan el Happy birthday, que nunca sé a quién mirar o la cara que debo poner.

No me explico cómo se traga don Andrés el insufrible cántico de amor salamero con el que lo despidieron, melosos, lamesuelas de ocasión, con la inestimable complicidad de su señora esposa. Y él, visiblemente emocionado, retuvo la humedad en los ojos en un momento que quedará grabado en su memoria, “mira cómo me aman”, habrá pensado… “para sentirlo hay que oír lo que me dicen”.

Yo conocía la música, vamos, me refiero a la tonadita; cuando era niño la cantaba mi jefa en el baño con otra letra claro, decía aquello de la chinita: “Ay, chinita que sí, ay, que dame tu amor...” La Paloma se llama y la interpretaban Los Panchos.

La última mañanera rompiéndose en cursilería melancólica, con canto y letra dedicada. Pienso mientras me sacudo del alma ese desdoro… Un poquito de respeto al respetable, nos merecemos algo más que una retahíla de versos edulcorados, plagados de mentiras, aduladores y melifluos.

La rifa del reloj ¡qué emotiva! más incluso que la marimba que semejaba llorar la final despedida; con lo del cronómetro seguro el señor tendrá ya un sustituto, no va a quedarse sin hora. En fin, que me muero de pena, penita, pena, como canta la copla.

Se pasaron estos seis años, para unos volando y para otros lentos y tortuosos; sólo nos queda la misma esperanza que tienen las Chivas o los Pumas.

Que nos vaya bien cuando no esté el señor Andrés Manuel López Obrador, pues ni tapatíos ni capitalinos ganaron nada mientras el Presidente estuvo en Palacio Nacional. Es cierto que no recibió a ningún equipo de futbol, lo suyo era y es más bien el beisbol, pero ni el América, ni el Atlas, ¡ni el milagroso campeonato de Cruz Azul, vamos, que ninguno vino a mostrarle su trofeo a la oficina presidencial!

Ya lo de ayer, raya en lo demencial, hay un descaro sobradito de prepotencia; ganaron la elección, ellos saben bien cómo, no voy a ponerme ahora con remilgos o justificaciones de ardido perdedor, ganaron bien, eso parece. Pero de ahí a esta demostración de fuerza y mala educación rompiendo protocolos, sin respetar ni los horarios e insistiendo antidemocráticamente en ponerle apellido a un sexenio; si esta es la Cuarta Transformación o no, no les corresponde a ellos bautizarla.

No puedo imaginarme al pobre de Miguel Hidalgo nombrando la suya… “¡Qué viva Fernando VII y atentos, que ésta es la primera transformación!”.  Ya puestos, la historia de México, tal como la enseñan en las escuelas, es una gran mentira, ésta de ayer y de hoy, se escribirá algún día y será también un cúmulo de charadas.

El discurso inicial de la señora Presidenta merece una reflexión aparte, díganme descreído, atáquenme con mi falta de optimismo, acepto que me den leña, pero no me la creo. Dicen una cosa y actúan lo contrario.

Deseo con el alma estar equivocado, por mi amor al país me encantaría estar en el error y que la doctora Claudia Sheinbaum nos sorprenda positivamente. Pero ya empezó diciendo que todo está bien, y todos sabemos que eso no es cierto, ella no tendrá el margen para culpar al pasado y más pronto que tarde saldrá a la luz la calamitosa realidad, estamos más endeudados que nunca, de las grandes megaobras, ninguna funciona bien, y qué decir de la salud, y la corrupción, y la seguridad, y los conflictos con medio mundo, en fin, cierro los ojos y me cuelgo de la fe, sólo esa me salva; creer en la suerte y encomendarme, como acostumbramos, a la fortaleza intrínseca de que nuestro país es tan fuerte que ha resistido y sobrevivido a aquellos y a éstos que lo han gobernado y lo gobiernan.

Mucha suerte, México, la vamos a necesitar.

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