Como la vida misma / 11 de agosto de 2024

Hay que reconocer que vivimos en un momento en el que el tiempo es oro, o al menos eso nos han vendido. Pero, ¿a qué costo?

  • EL ARTE DE USAR BIEN UN EMOJI

Recuerdo con nostalgia aquellas épocas en las que una conversación se sostenía con palabras. Sí, con palabras. Esas unidades lingüísticas que hoy parecen tan innecesarias como un reloj de bolsillo en plena era de los smartwatches. En esos tiempos, la cortesía no era sólo una opción, sino además un arte, parte de una danza verbal que requería destreza y tiempo. Elegancia. Hoy, sin embargo, parece que hemos cambiado la fineza del lenguaje por la urgencia de un emoji bien colocado. ¡Menudo progreso!

La velocidad, la prisa, la inmediatez. Nos han convencido de que lo importante es la rapidez con la que respondemos, no tanto lo que decimos. Un “gracias” bien elaborado, acompañado de un “por favor” y quizá un “sería usted tan amable de...”, ha sido reemplazado por un pulgar hacia arriba, una carita sonriente, o, si estás de suerte, un corazón. Porque, claro, ¿quién tiene tiempo para todas esas palabras cuando un simple emoji lo dice todo, verdad?

Ah, los emojis. Esa invención que nos prometió facilitar la comunicación, llenando los vacíos emocionales que, a veces, dejan los mensajes de texto. Pero, ¿no será que en lugar de añadir algo, hemos reducido nuestras interacciones a una suerte de jeroglíficos modernos? Lo que antes requería un “me complace enormemente tu amable consideración”, ahora se resuelve con una cara sonriente con corazones en los ojos. ¡Qué eficiente! Y, a al mismo tiempo, un pelín vacío.

Pero no me malinterpreten, no soy un nostálgico de las cartas a mano ni creo que debamos volver a los tiempos de la comunicación epistolar. Sin embargo, es imposible no notar cómo la rapidez ha convertido nuestras conversaciones en intercambios de ideas mínimos, casi transacciones delirantes. La cortesía, que antaño era un gesto de respeto y consideración, se ha visto relegada al fondo de la lista de prioridades. ¿Y quién necesita un “buenos días” cuando un solecito resplandeciente puede cumplir la misma función, pero sin tantas sílabas? Hay que reconocer que vivimos en un momento en el que el tiempo es oro, o al menos eso nos han vendido. Pero, ¿a qué costo? La cortedad de nuestras interacciones nos ha llevado a sacrificar el detalle, la empatía, y sobre todo, la cortesía. Y no es que falte el deseo de ser educado, es que, sencillamente, no hay espacio para ello. Cada palabra que escribimos es un segundo más en nuestra agitada vida, y en este mundo donde todo debe ser inmediato, esos segundos son un lujo que pocos se pueden permitir.

El uso del emoji ha alcanzado tal nivel de sofisticación que, incluso puede resolver malentendidos, expresar sarcasmo, y hasta una disculpa. Una carita con gota en la frente ya es suficiente para decir “lo siento”, y un guiño puede acompañar una broma que, en otro contexto, requeriría toda una frase explicativa. Pero aquí estamos, rindiéndonos a la economía del lenguaje, donde el contenido se mide en caracteres y no en significado. Quizás es hora de preguntarnos qué estamos perdiendo en este camino hacia la ultraeficiencia comunicativa. ¿Estamos sacrificando la profundidad por la velocidad? ¿La conexión por la conveniencia? Quizás deberíamos reconsiderar si realmente queremos vivir en un mundo donde los valores tradicionales de la conversación —la cortesía, la empatía, el respeto— sean sustituidos por un catálogo de símbolos que, aunque coloridos, no pueden transmitir la complejidad de las emociones humanas.

En fin, quién soy yo para resistirme al cambio. Al final del día, quizás la culpa sea mía por esperar que una conversación implique algo más que un intercambio de iconos. Y si alguien se siente ofendido por mis palabras, no se preocupen, aquí les dejo una carita triste con un “lo siento”. Total, eso lo arregla todo, ¿no?

Feliz domingo para todos. Hoy vuelve la Unagi de su viaje y en vez de flores, la recibiré con la más feliz de mis caritas y unos 20 corazoncitos de colores.

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