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Es la hora de los comunes

Max Cortázar

Max Cortázar

A diferencia de otros tiempos, donde la operación de los liderazgos políticos marcaba la principal línea de defensa de los valores democráticos y de libre mercado, hoy la viabilidad de ambos parece depender cada vez más de representantes populares o ciudadanos de a pie que, sin ocupar las principales posiciones de poder y mediante acciones de último minuto, aprovechan el margen que les conceden las normas institucionales para hacer descarrilar la incertidumbre asociada a los objetivos nacionalistas impulsados por los jefes de gobierno.

En el caso de Reino Unido, la calidad de perfiles conservadores como Winston Churchill o Margaret Thatcher fueron sustituidos por la tragedia histórica de Theresa May y Boris Johnson. Sin embargo, la respuesta efectiva para intentar contener esa decadencia no ha provenido de una figura o discurso de primer orden del Partido Laborista, sino de una segunda línea de representantes populares conservadores que pusieron la sensatez política por encima de la cohesión de partido que caracteriza al sistema inglés.

Al primer ministro Boris Johnson poco le importa la gravedad de los impactos que podrían generarse a partir de un Brexit sin acuerdo, su intención es capitalizar políticamente el descontento social como vía para obtener una victoria popular relativa y permanecer en el número 10 de Downing Street. Mucho menos cuidado le tiene la lealtad a compañeros de partido que —durante años de trabajo y sin protagonismo político— han apostado por el ejercicio de una política responsable, lo cual les ha sido reconocido con la reelección en las urnas.

En cuanto a lo primero, diversos estudios técnicos han subrayado un campo amplio de riesgos en el caso de una salida abrupta de Reino Unido. Estas pasan por la continuidad de los flujos financieros; la viabilidad de pequeñas y medianas empresas que, sin un escenario de integración, verán mermadas sus capacidades operativas; el respeto a los derechos laborales de quienes viven en un país distinto al de origen, sobre todo de la clase trabajadora que, tras décadas de residencia, podría enfrentar acciones de deportación masiva; la permanencia de criterios recíprocos de movilidad de ciudadanos europeos e ingleses al interior de los territorios, así como el caos temporal en aduanas y transporte, entre otros actos administrativos propios de la integración construida durante la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea.

Sin embargo, la rebeldía de un grupo de legisladores conservadores le ha dado aire de supervivencia a la sensatez política. Hoy, los apellidos Sandbach, Nokes, Milton, Letwin, James y 16 más son los nuevos Churchill y Thatcher. Este grupo de conservadores rebeldes —por el momento— consiguieron, junto con la oposición, forzar al gobierno a solicitar a la Unión Europea una prórroga para el Brexit, en caso de que no exista un acuerdo parlamentario para tal efecto. La purga de militantes conservadores, la renuncia de la ministra de Trabajo, así como la dimisión del presidente de la Cámara de Los Comunes han dejado ver la escasa estatura política de Boris Johnson.

Un fenómeno similar se da en Estados Unidos. La intentona de reelección con política nacionalista que sigue el presidente Donald Trump, quien también enfoca gran parte de su batería electoral en el cierre de fronteras, no tiene como respuesta un liderazgo contundente por parte de la élite del Partido Demócrata. Al igual que hace cuatro años, éste se presenta fragmentado con la disyuntiva entre la figura del statu quo —antes representada en Hillary Clinton, ahora en Joe Biden—, desafiada por Bernie Sanders y Elizabeth Warren.

Al igual que la última elección presidencial, las encuestas presidenciales muestran una tendencia favorable al Partido Demócrata. Sin embargo, por el diseño electoral estadunidense y ante la falta de un discurso atractivo de los demócratas, conseguir la salida de Donald Trump de la Casa Blanca requerirá de la voluntad de los votantes de los estados de Florida, Wisconsin, Pensilvania y Michigan, así el perfil de quien obtenga la candidatura demócrata no sea el más cercano a sus preferencias. Nunca antes había sido requerida la fuerza de los comunes para salvar los valores democráticos como ahora.

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