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El G7 en 263 palabras

Max Cortázar

Max Cortázar

La comunicación política es síntoma de los cada vez más estrechos pasillos por los que corre el consenso multilateral. Atrás quedaron las reuniones de jefes de Estado y de gobierno en las que se discutían las ambiciosas agendas de las reformas internacionales, mismas que —al menos en el papel— mostraban en extensos comunicados los lineamientos del consenso en materia de crecimiento económico, coordinación fiscal y desarrollo social.

Durante la celebración y definición de conclusiones de esas cumbres, especialmente las convocadas por los gobiernos de las principales economías del mundo, afloraban, como es natural, las restricciones políticas de los mandatarios para sacar adelante los acuerdos multilaterales. Sin embargo, el fantasma del disenso no se enraizaba tanto entre ellos, como sí en las líneas de conflicto impuestas por un dinámico activismo internacional frente al poder público.

En la actualidad, la fuerza del disenso emigró de la calle a la mesa diplomática y son los jefes de Estado y de gobierno, arrastrados por los incentivos ofrecidos por sus bases de votantes, quienes ponen los obstáculos más altos al acuerdo internacional. Ahí está desde la amenaza de abandono abrupto del Brexit por parte del primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, hasta la mofa que hiciera el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, involucrando a la esposa de su homólogo francés, Emmanuel Macron.

El estado de la estabilidad multilateral le alcanzó a la última cumbre de líderes del Grupo de los Siete (G7), para emitir a su conclusión una declaración formal de apenas 263 palabras. El comunicado carece de una sola referencia a acelerar el avance de los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible de la ONU. Tampoco menciona compromisos conjuntos para fortalecer las medidas de mitigación del cambio climático o prevenir los impactos de una inminente recesión global. Ni siquiera aborda los temas con los cuales la parte francesa quiso distinguir la presidencia rotativa del G7.

Cabe recordar que Emmanuel Macron hizo un esfuerzo proactivo por poner en el radar del G7 la discusión sobre temas trascendentales como la desigualdad social y un debate multilateral más incluyente. El mandatario francés abría el debate a la coordinación fiscal, el acceso a la seguridad social y la responsabilidad corporativa, al concebirlos instrumentos útiles para recuperar la fortaleza de la gobernanza internacional. Además, al ser la migración uno de los principales retos europeos, la presidencia de Macron llamaba a acciones específicas en la región africana de Sahel, a fin de establecer una alianza para el bienestar de sus habitantes. De igual manera, pretendía un pronunciamiento más claro a favor de la equidad de género.

Sin embargo, la comunidad internacional puede esperar muy poco de los siete países más poderosos, a pesar de la “unidad y del espíritu positivo” que vive entre sus líderes, según subraya la misma declaración final del G7. Esto lo deja de manifiesto al estar integrada por conceptos tan poco integradores como inspiradores, dominados por generalidades y enunciados más en el tono de un inicio de ruta que bajo objetivos concretos de mediano alcance.

Al incluir en esta lógica los temas de Irán, Ucrania, Libia y Hong Kong se observa un intento deliberado por evitar que el conflicto escale, en lugar de dejar entrever rutas para construir la paz duradera. No sólo la agenda Macron quedó borrada de la declaración final, ya ni siquiera existe el consenso al interior del G7 para catalogar al comercio como palanca de bienestar de las sociedades, sino como un instrumento al que debe garantizársele la debida protección a la propiedad intelectual y la eliminación de prácticas desleales.

Muchos celebran los mínimos obtenidos por el G7, más aún en la comparativa con los pobres alcances de la cumbre del año pasado. Pero si consideramos la pérdida de popularidades de los presidentes de Alemania y Canadá, la inminente reelección de Donald Trump, la ultraderecha dominante en Italia y el arrebato del Brexit en Reino Unido, entre otros, demos por descontado que deberemos empezarnos a acostumbrar a voluntades multilaterales incapaces de ir más allá de 263 palabras.

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