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Niñez con hambre

Mario Luis Fuentes

Mario Luis Fuentes

El dato es devastador: de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México hay 934 mil hogares donde alguna niña o niño no come en todo el día o come una sola vez al día. Pero si esto es así, seguramente en esos hogares, los adultos se encuentran en la misma condición. Esto, hay que decirlo de forma contundente, sólo es posible en una sociedad cruel.

Entiéndase: una sociedad cruel no es aquella donde cada uno de sus integrantes lo es, sino la que permite que las atrocidades ocurran; y el hambre, en medio de la opulencia y el dispendio, del consumo absurdo y de todos los fetichismos que le están asociados, es una de las peores.

Hoy, el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) dará a conocer los resultados de la medición de la pobreza multidimensional, y en ellos habrá de reflejarse (o de ocultarse) la magnitud de la tragedia que implica el dato arriba señalado.

Por eso es importante modificar los umbrales con los cuales se ha establecido la medición de la pobreza, porque es cierto que hasta ahora se lleva a cabo con base en los indicadores establecidos en la Ley General de Desarrollo Social, pero estos no responden a la amplitud y complejidad que implica el mandato de garantía universal, integral y progresiva contenido en el Artículo 1º de la Constitución.

Volviendo al dato de los 934 mil hogares donde hay niñas y niños con hambre, hay que considerar que se trata de hogares numerosos, por lo que no sería exagerado pensar que en México habría al menos cerca de dos millones de niñas y niños que no comen lo mínimo necesario para una vida sana; ya no se diga con “oportunidades para el desarrollo”.

México es un país de paradojas; a la par de ese indicador se encuentra su anverso: somos el país con mayor obesidad infantil en el mundo; según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT), al menos la tercera parte de las niñas y niños presenta obesidad, condición que, aun cuando no es exclusiva, sí es mayoritaria entre la población de ingresos medios y bajos, entre quienes el consumo de alimentos de baja calidad es la única opción.

Comer alimentos de baja calidad o no comerlos son dos de las formas del hambre: porque, en realidad, los alimentos chatarra no le dan nutrientes apropiados al organismo; lo que ha llevado a confundir la saciedad que generan con la ausencia del hambre, concepto que deberíamos asumir en una dimensión mayor: la posibilidad primera y fundamental de vivir en condiciones de dignidad.

Sorprende en ese sentido la realidad que muestran los datos del Inegi. Por ejemplo, el estado de Sonora, donde a pesar de que el número de hogares con dificultades para satisfacer sus necesidades alimentarias es relativamente bajo, entre los que se presenta esa condición, las niñas y los niños constituyen el mayor porcentaje de quienes no tienen alimentos que ingerir durante el día. Lo mismo ocurre en Tabasco, el estado con el peor indicador del país en esta materia, según los datos del Inegi.

De manera preocupante, la agenda de la niñez no ha sido presentada, al menos no de manera explícita, por la nueva administración. En lo que va del mandato del presidente López Obrador, no ha habido una sola conferencia matutina dedicada a presentar una nueva estrategia que garantice de manera integral, más allá de lo que ya existía, los derechos de la niñez mexicana.

No podemos seguir siendo un país que viola sistemáticamente los derechos de la niñez, porque debe recordarse el principio de la integralidad, es decir, incumplir un derecho humano implica incumplir el resto: sin una adecuada ingesta de alimentos no hay buena salud posible y, sin ambas, un adecuado rendimiento escolar es impensable.

Erradicar el hambre y, en general, la malnutrición, requiere mucho más que programas de transferencias directas de ingreso. Es urgente una mejor cadena de producción y distribución de alimentos, sanos e inocuos; mayor tiempo de cuidado para las familias; más efectivas políticas de asistencia social alimentaria y de desarrollo comunitario.

Todo esto es impostergable; no hay, no puede haber nada más importante para el presidente Andrés Manuel López Obrador. Si se compromete con ese objetivo; y si avanza decididamente en la materia, entonces podrá creérsele que está construyendo una auténtica transformación del país.

 

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