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Las lenguas nacen, viven y mueren

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

Es evidente que el uso de estos términos es metafórico, pero tiene el riesgo de hacernos creer que, efectivamente, las lenguas «nacen» y «mueren» e, incluso, que se «reproducen». No podemos olvidar que una lengua ni nace ni vive ni muere, sino que son sus hablantes los que viven y mueren.

Una lengua puede desaparecer en el caso de exterminio de todos sus hablantes, como sucedió con el tasmanio en Australia, o en el caso, menos frecuente, de catástrofes naturales como en el del maya clásico; o puede extinguirse por simple cambio lingüístico, como ya hemos visto, cuando el latín se transformó en varias lenguas romances: italiano, francés, catalán, rumano, etcétera.

Pero cuando hablamos de «muerte» de una lengua nos estamos refiriendo a un proceso muy concreto, a saber: la sustitución lingüística. La muerte de una lengua se da cuando una comunidad lingüística, por múltiples razones, abandona su lengua y adopta otra; en ese caso, su lengua desaparece —muere— y no deja ninguna posibilidad de recuperación.

Es muy distinta, por ejemplo, la desaparición del latín por su evolución, a la desaparición del nushu en la provincia de Hunan en China con la muerte de su último hablante, puesto que previamente la comunidad había iniciado el proceso de sustitución y su lengua ha desaparecido sin dejar rastro. Cuando hablamos de «lenguas amenazadas» estamos refiriéndonos a pueblos amenazados, comunidades que han sufrido la agresión de otras más fuertes social y políticamente, y el paso previo a la sustitución ha de ser, necesariamente, el bilingüismo de la comunidad —nadie puede abandonar una lengua si no dispone de otra para comunicarse—, y aunque puede permanecer así durante un número indeterminado de años, el bilingüismo sólo necesita de un pequeño empujón para pasar al monolingüismo dominante.

La sustitución lingüística es tan antigua como el contacto entre lenguas, pero con la digitalización y la globalización se ha acelerado vertiginosamente. Muchas lenguas desaparecerán, es inevitable y si tratamos de salvar a algunas, nos preguntamos a cuáles. ¿Con qué criterio seleccionamos aquellas que deben ser reconocidas? ¿Es acaso más importante el chinanteco que el pame, por ejemplo? ¿Porque tiene más hablantes, tal vez? —133 mil vs. 10 mil—. No necesariamente.

Pero aunque hagamos esfuerzos para rescatar las lenguas, en México y en el mundo, estos no dejan de ser una simple utopía, porque la realidad es la catástrofe, y los planes, restringidos hasta ahora a la recuperación de lenguas concretas, no han conseguido cambiar la tendencia hacia la homogeneidad.

«... Hoy en día que tanto se habla de las especies animales en peligro de extinción, que constituyen una lógica causa de preocupación en las personas amantes de la naturaleza, parece obligado abogar por la gran cantidad de lenguas y culturas que están a punto de desaparecer ante el empuje de los imperialismos lingüísticos, económicos y culturales.»1

J. C. Moreno nos dice que si en las próximas dos décadas pueden morir alrededor de mil lenguas que en ningún modo serán las últimas, y si tenemos en cuenta la globalización cultural, no es impensable que dentro de 200 años se hablen tan sólo unas 500 lenguas de las 6500 que se hablan hoy.

Si la desaparición de lenguas indígenas en América empezó, en algunos casos, antes de la Conquista —la difusión del náhuatl como lengua imperial es un ejemplo bien conocido— y no ha cesado desde entonces, o si la colonización de Australia diezmó hasta límites increíbles la población aborigen y muchas de sus lenguas, actualmente parece que los procesos de sustitución más agudos se están dando en Papúa Nueva Guinea y en Indonesia. La sustitución lingüística puede tener matices distintos en las distintas regiones y da mucho para estudiar y hablar.

Ha sido un placer estar en este espacio de Excélsior, hablando de palabras, hablando de mi pasión, las palabras, que transmiten ideas; hablando del lenguaje, que es nuestro significado y la razón por la que somos humanos. ¡Hasta la próxima!

1. J. C. Moreno Cabrera, Lenguas del mundo, Madrid: Visor, 1990; p. 16.

 

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