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Piso parejo

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

Estamos de regreso en las páginas de Excélsior, pero como si no nos hubiéramos ido. La idea era escribir sobre la esperanza de dejar atrás las noticias falsas para que en este año se pudiera tener un diálogo a partir del piso parejo que ofrecen los datos. Un piso factual del cual partir para poder comunicarnos con cierta seriedad, evaluar la gestión de gobierno y proponer rutas alternativas conducentes a los mismos propósitos que compartimos todos los mexicanos: propiciar el crecimiento y el empleo y abatir la desigualdad, la corrupción, la impunidad y la violencia.

Pero cerramos mal el 2020 y comenzamos mal el 2021. La realidad nos obliga de nuevo a poner sobre la mesa el muy trillado pero indispensable tema de los datos falsos con que el Presidente ha alimentado exitosamente su popularidad, aunque la realidad diga que en cada uno de esos propósitos compartidos vamos de mal en peor.

El día 28 hubo un “apagón” que afectó a más de 10.3 millones de personas. Sabemos que la explicación dada por el titular de la CFE y respaldada por el Presidente fue falsa: ni fue provocado por un incendio de pastizales ni por un exceso de permisos de generación de energías renovables ni por la reforma energética que “quitó a la CFE el sistema de planeación”. La mentira en esta ocasión fue peor, pues no sólo fue de palabra. Se acompañó de la falsificación de documentos, lo que es un delito que, de acuerdo al Código Penal Federal, se castiga, tratándose de documentos públicos, con prisión de cuatro a ocho años y de doscientos a trescientos sesenta días de multa.

Menciono el caso porque, si no se parte de los mismos hechos, es imposible debatir. Es opinable si, como dice el Presidente, hay una campaña contra la CFE por parte de empresas nacionales e internacionales con fines privatizadores, pero no lo es si el incendio causó o no la interrupción del suministro de energía.

Una cosa es dar tu opinión y otra distinta hacer un análisis fundamentado en los hechos. Eso es lo que hacemos la mayoría de los editorialistas que no vendíamos nuestras colaboraciones en el pasado y tampoco lo hacemos ahora, aunque el lunes 4 por la mañana así lo afirmara el Presidente en su primera mañanera del año.

No veo a analistas desmintiendo la corrupción de sexenios anteriores, los abusos cometidos desde el poder, los niveles de inseguridad e impunidad o los datos de desigualdad y pobreza prevalecientes en el pasado. Tampoco encuentro en las páginas editoriales o en los noticieros a los supuestos comentócratas conservadores diciendo que Peña Nieto no entregaba adjudicaciones directas, que no hubiese usado discrecionalmente parte del Presupuesto o que no hubiese desviado recursos públicos a las elecciones.

La mayor parte de quienes tenemos acceso a los medios emitimos juicios, evaluaciones y críticas a partir de datos comprobables y citando las fuentes, la mayoría de las cuales son, por cierto, oficiales.

En contraste, López Obrador ignora los datos, los tuerce o, si es necesario, los inventa.

Ejemplos hay de sobra: los despidos decembrinos como consecuencia del outsourcing, las cifras de contagiados y muertos, la suficiencia de medicamentos contra el cáncer, la disponibilidad de camas, la atención garantizada a todo aquel que acude a un hospital, la desaparición de la violación de los derechos humanos, el fin de la corrupción y la impunidad, la viabilidad de la refinería de Dos Bocas y del aeropuerto de Santa Lucía, la mejor estrategia económica contra la pandemia, la violencia controlada, la no intervención en las elecciones…

Al momento no ha podido objetar o refutar a los críticos que día a día, semana a semana o mes a mes desmienten sus dichos tal y como lo hicieron con los gobiernos anteriores. Lo que sí ha hecho es intentar desprestigiarlos abusando de la retórica y del engaño. No está claro que estemos frente al Presidente más golpeado por la prensa o los medios desde Madero. Lo que sí está claro es que el actual Presidente es quien más ha abusado de adjetivos denigrantes e infamatorios contra sus críticos que simplemente hacen lo que saben y deben hacer: fundamentar sus afirmaciones.

No dudo que haya quien quiera descarrilar al gobierno de López Obrador. No es, en absoluto, mi deseo. Lo que sí he pensado y escrito es que los gobiernos sin mayoría tienen más virtudes que defectos y que las supermayorías llevan a ese concepto que se conoce como el del dictador benevolente. Aquel que no gusta del debate informado y prefiere una toma de decisiones concentrada y sin contrapesos porque sólo él sabe lo que el pueblo quiere y cómo lograrlo.

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