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Mi fe en la Constitución

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

 

Los hechos no dejan existir sólo porque sean ignorados.

                Aldous Huxley

 

Curiosa forma de ver lo que López Obrador llama la transformación de la vida pública. Ayer dedicó parte de su conferencia matutina a decir lo que escucharemos el día de hoy en el enésimo informe de gobierno y que él denomina la transformación de la vida pública. “Vamos bien. Vamos a lograr el propósito de vivir en una sociedad más libre, más justa, más igualitaria. México está siendo ejemplo a nivel mundial. Esto es lo que expresaré mañana en una síntesis”.

A estas alturas he perdido toda esperanza de escuchar algo distinto a lo que oímos todos los días y que refleja el talante del Presidente como gobernante: el triunfalismo sin asidero alguno, la falta de recato para decir falsedades, el desprecio por los datos duros, la sordera ante la crítica de propios y extraños, la nula capacidad para corregir el rumbo, la negativa a dialogar con quien está en desacuerdo con él y una gran soberbia al comparar su movimiento con las tres grandes revoluciones de México y a su persona con protagonistas de la historia como Mandela o Gandhi.

Dadas estas características parece ocioso seguir desmintiendo con pruebas, datos y argumentos que el país, por decir lo menos, no va bien y que no hay manera de que vaya mejor porque los próximos años tendremos más de lo mismo. Se dice satisfecho con los resultados logrados en sus casi 3 años de gobierno porque, aun con la caída de la economía por la pandemia, “no sólo estamos saliendo pronto, ya se están recuperando los empleos, no hubo ingobernabilidad y no se tuvo una crisis de consumo”.

Según nos contó ayer, la base de su satisfacción no reside en la mejoría en los índices de bienestar de su amado pueblo, sino en los cambios constitucionales operados durante sus primeros tres años. Dado que no hay resultados visibles en salud, educación, seguridad, corrupción, impunidad, crecimiento, pobreza, desigualdad o democracia, nos enumera las reformas constitucionales que pudo hacer aprobar.

Para el Presidente, la gran transformación equivale a un puñado de reformas constitucionales que, a su modo de ver, son irreversibles aun cuando llegaran los adversarios al poder. ¿Cuáles? La pensión de adultos mayores, la pensión a niñas y niños con discapacidad, la entrega de becas a estudiantes de familias pobres, la atención médica y medicamentos gratuitos para toda la población, el juicio político al Presidente y la revocación de mandato. Resulta curioso el énfasis en la irreversibilidad de las reformas en un país en el que la ley cuenta poco y en el que la Constitución —hasta 2018— ha sido reformada en más de 700 ocasiones a través de 233 decretos. ¿Hablaría López Obrador de la gran transformación que hizo el presidente Peña Nieto? Lo pregunto porque durante su gobierno se reformó la mayor cantidad de artículos constitucionales en un sexenio en toda la historia del país: 155 artículos por medio de 28 decretos de reforma constitucional. Esto sin que el PRI y sus aliados tuvieran la mayoría para aprobar los cambios legislativos y sin que la mayoría de las reformas, como ocurre en la actual administración, hayan sido sometidas a la prueba de constitucionalidad ante la Suprema Corte. En todo caso, habría que recordar que la historia indica que todo es reversible menos la muerte.

¿Y, para adelante? Pues más de lo mismo. Lo anunciado por el Presidente para la consolidación de su cuarta transformación, son tres reformas constitucionales más. Ninguna de ellas abona a su dicho de que por fin con su llegada al poder llegó también la “verdadera democracia”.

La reforma energética para “salvar” a la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y que los usuarios domésticos no paguen más por el servicio de luz que las grandes corporaciones. La reforma para la reestructuración de los órganos electorales del país, para que los funcionarios electorales no estén a merced de intereses creados, para acabar de una vez por todas con los fraudes, para que la mayoría de los legisladores sean realmente electos por el voto (menos legisladores de representación proporcional) y para que la democracia cueste menos. Adherir la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para que no se pudra como lo hizo la policía federal.

La distribución del poder de la nueva legislatura no da para estas reformas pero, todo puede pasar. Desde 1997 hasta 2018 no hubo periodo alguno en el que el partido tuviera la mayoría para reformar la Constitución y, sin embargo, en este largo periodo de 21 años es cuando más reformas ha habido a la Constitución. Lo que no puede esperarse es que estas tres reformas, como tampoco las aprobadas en los casi tres años de gobierno que llevamos, constituyan una cuarta transformación o que hayan hecho gran cosa para hacer realidad el lema de “primero los pobres”.

 

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