Del Caribe al Mediterráneo
Dos procesos similares centran la opinión pública estos días. De ambos ya he escrito aquí por separado y en sentido opuesto. Uno de ellos acaba de tener lugar, y el otro lo tendrá el 1º de octubre, dentro de 75 días.
El escenario de ambos, así como su significación, no pueden ser más distintos. Me refiero, como ya debe usted haberlo adivinado, sagaz lector, por un lado, a la consulta popular llevada a cabo este domingo en Venezuela, y por el otro al referéndum que tendrá lugar en Cataluña otro domingo, el 1º de octubre.
A pesar de las obvias diferencias entre una y otra, ambas coinciden en que son subversivas, es decir se oponen a los respectivos regímenes establecidos.
En Venezuela, una parte considerable de la población está en contra, de manera asaz beligerante, del gobierno bolivariano presidido, desde la muerte del comandante Hugo Chávez, por su lugarteniente Nicolás Maduro.
Ayer precisamente tuvo lugar la consulta en la que según los organizadores —todos pertenecientes a la disidencia antibolivariana— habrían participado poco más de siete millones de ciudadanos, una cuarta parte de la población del país.
En Cataluña, casualmente de 7 millones de habitantes, no se tratará de una “consulta”, sino de un referéndum vinculante, es decir que, según el gobierno catalán, su resultado será de cumplimiento obligatorio por parte de las autoridades.
Ahora bien, el cuadro y las connotaciones de ambos ejercicios son muy distintos. En Venezuela se trata únicamente de exigir un cambio de régimen. Renunciar al proyecto bolivariano y convocar a nuevas elecciones que sustituyan las actuales autoridades. De hecho, estamos hablando claramente de “incitación a la rebelión”, delito gravemente penado en todos los países.
La segunda de las preguntas en el formulario de la consulta de marras dice, negro sobre blanco: “¿Demanda a la Fuerza Armada Nacional y a todo funcionario público obedecer y defender la Constitución del año 1999 y respaldar las decisiones de la Asamblea Nacional?”. La constitución de 1999 es la que regía antes de la Revolución Bolivariana en el momento en que Chávez accedió al poder, derrotando en las elecciones al hasta entonces presidente Rafael Caldera.
Proponer ese referéndum desafiante entraña repudiar avenencias. Maduro insinuó vetarlo institucionalmente, sin embargo garantizó un respeto obsecuente para instalar extensas redes de escrutinio.
Se trata de un auténtico, obsceno, llamado al golpe de Estado, frente al cual el gobierno de Maduro no parece tener mecanismos de enfrentarlo. La salida de la cárcel del líder golpista Leopoldo López, que tiene todos los visos de un gesto de buena voluntad, no sirvió para nada. Más bien al contrario. Estimuló a los sediciosos. Ya yo lo dije aquí mismo hace 15 días. Estaba cantado.
Acosado por las cuatro bandas, Nicolás Maduro no tiene demasiado para dónde hacerse. Internacionalmente está aislado. Su suerte y la del proyecto dependerá de los apoyos internos. Y ésos no son especialmente fiables.
Según los resultados de los propios golpistas, más de la mitad de la población con derecho al voto no lo ejerció. Eso quiere decir algo, pero quién sabe qué. Ya sabemos que el “apoyo popular” a final de cuentas sirve para bien poca cosa. Son otros apoyos los que definen las coyunturas. Vamos viendo.
En Cataluña la situación es la misma, es decir diferente. Ahí la reivindicación no es el derribamiento del gobierno de Madrid, sino de algo mucho más serio. Es la liberación de Cataluña, conquistada hace 300 años por los españoles, y recuperar su estatus de estado independiente. Es decir, se trata de un movimiento secesionista, independentista.
Y ahí, el gobierno español ha declarado recio y quedito, ante cualquier foro que se le atraviese, que, a diferencia del de Caracas, no va a permitir la realización del referéndum. La cosa es ver cómo lo impide, pues, al margen de las cifras, de las mayorías y las minorías, la cantidad de catalanes que están dispuestos a defender su soberanía y su separación del reino de España, es enorme. Y cuando digo enorme quiero decir enorme.
En otras palabras, impedir la realización del referéndum es un auténtico escándalo desde el punto de vista democrático. Eso de prohibir votar suena de plano paleolítico. Pero desde la óptica social es una enormidad. Únicamente podrían lograrlo mediante el uso de la fuerza. Militar o judicial. O ambas. En cualquiera de los casos con un tufo franquista ineludible.
En el “ejercicio democrático”, como le llamaron, celebrado el 9 de noviembre de 2014, los catalanistas (independentistas) obtuvieron el 80% de los votos mientras que los españolistas (unionistas) únicamente el 4%. El 16% restante eligieron otras opciones o votaron en blanco.
Así como no se entiende por qué los adversarios de Maduro no se esperan a las elecciones generales convocadas para 2018, como señala la ley. De la misma manera tampoco resulta comprensible que los españoles rehúyan medirse, con todos los instrumentos del estado a su favor, en un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Bastaría que lo ganaran, como en Quebec o Escocia, para que el diferendo quedara resuelto. Pero por lo visto, no lo tienen demasiado claro. Por algo será.
En ambos casos, tanto los seguidores de Leopoldo López, como los de Mariano Rajoy se balconean solos. Es sorprendente esta extraña coincidencia con un océano de por medio.
