La rebelión de los libros

Eliminar ideas, a pesar de su horror, es elegir la ceguera, encubrir tanto nuestra naturaleza humana como nuestra historia.

El mundo, como la distopía de Ray Bradbury, hoy se encuentra a 451 grados Fahrenheit.

La Asociación de Bibliotecas de EU (ALA, por sus siglas en inglés) informó en marzo de este año que las solicitudes registradas en el 2022 para retirar libros de bibliotecas escolares y públicas alcanzaron su mayor número desde hace 20 años, resultando casi en el doble que el 2021.

PEN America, una ONG que rastrea la censura literaria, informó que más de 2,500 prohibiciones fueron emitidas en distritos escolares en 32 estados de la Unión Americana. La organización estima que estas decisiones afectaron a 5 mil escuelas y casi 4 millones de estudiantes.

A finales de marzo, la Cámara de Representantes aprobó una ley conocida como La Carta de Derechos de los Padres, que, según críticos, otorgaría a los padres derechos de veto sobre los libros del sistema escolar. El estado de Texas tuvo el mayor número de prohibiciones, 801, seguido por Florida, con 566. Además, en Florida, estado dirigido por el gobernador Ron DeSantis, se aprobaron 3 leyes educativas en las que se prohibía incitar la conversación sobre raza, orientación sexual e ideología de género.

Otras de las medidas —a mi parecer, más razonables— que se han tomado frente a la situación son incluir advertencias en la portada de los textos sobre el contenido o el uso del lenguaje que pudiera resultar ofensivo al lector. No nos dejemos llevar por la portada, estas acciones esconden entre sus páginas un problema profundo y complejo, cuya línea es muy delgada y podría describir a partir de algunos puntos principales.

Primeramente, a pesar de que la lengua tenga vida y, con ello, algunas palabras sean adecuadas al contexto, la motivación debe ser cautelosa, pues advierte algunas problemáticas.

Eduardo Varas escribe que cualquier revisionismo histórico sobre lo que sucede en el caso de la literatura podría ser peligroso, pues todo se filtra en la dicotomía de la época: la corrección política vs. la libertad intelectual. Además del gran control que ostentan las editoriales, así como los propietarios, de los derechos de ciertas obras. Reducir así la reescritura de textos a, ya sea la corrección política o decisiones mercadológicas por parte de las editoriales, imposibilita su profunda comprensión e intencionalidad; lo que me lleva a mi segundo punto. El arte ha devenido a siervo del consumo y el consumidor se ha deslindado de su responsabilidad, otorgando omnipotencia a actores, ya sea estatales o editoriales, para elegir lo que puede o no escribirse y leerse.

Por otro lado, eliminar ideas, a pesar de su horror, es elegir la ceguera, encubrir tanto nuestra naturaleza humana como nuestra historia y el único antídoto a su crudeza es conocerla, no maquillarla. En palabras de Eduardo Varas, “si no somos capaces de enfrentar las ideas, incluso las peores, realmente no habrá forma de reconocer al ser humano”. La literatura, como cualquier expresión artística, es un medio para conocer lo sucedido. Una revelación sublime de nuestro cableado psicológico y de nuestra historia como humanidad. Son denuncias estético-políticas y vehículos socioculturales que nos conducen al diálogo y la representación.

Por último, la bienvenida a la censura nos lleva a una encrucijada filosófica, pone, entonces, en tela de juicio toda aquella expresión humana que represente una amenaza, en igual peligro. Situando, desde el señalamiento subjetivo, a la Biblia en el mismo lugar que a cualquier discurso de odio,  al descuidar los límites que habilitan la emisión del juicio y los parámetros desde los que se podría o no juzgar.

El arte permite actualizar el rol de la memoria para, así, reescribir la historia desde la interacción con lo que ya se ha escrito. Censurar, a pesar de que podamos creer que nos posiciona en el lado correcto de la política y que nos libera del pasado, únicamente nos encadena al desconocimiento, nos compromete en nombre de la rectitud con medidas autoritarias.

“La censura tiene que ver con el control, la libertad intelectual tiene que ver con el respeto”. Scales on censorship 2007. Pareciera absurdo, contraintuitivo incluso, en el sentido de que se censura en nombre del respeto; pero el verdadero respeto se encuentra en el reconocimiento de la expresión y la diversidad, que debe venir de la mano de nuestra responsabilización como consumidores y la consciencia crítica como lectores.

Pareciera, también, que leer se ha vuelto revolucionario.

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