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Ver al futuro

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Pensar “fuera de la caja” es una expresión que podría ayudarnos mucho ahora. Ninguna de nuestras reglas o principios básicos se establecieron para una contingencia como ésta. De acuerdo con un reporte del viernes pasado, uno de cada dos humanos en el mundo, están en aislamiento social en este momento.

No recuerdo otro momento en la historia reciente en la que la mitad de la población del planeta estuviera en su hogar esperando el desarrollo de una enfermedad para la que no hay, hasta la fecha, cura, ni vacuna. El impacto que un resguardo de esa magnitud tendrá en la economía internacional todavía es incierto, sin dejar de tomar en cuenta todas las actividades humanas que se han visto afectadas frente a la pandemia.

Pensar que regresaremos a la “normalidad” es una idea que se encuentra más en el terreno de lo deseable, que en el de lo posible. No habrá continuidad en condiciones como éstas y menos cuando apenas entramos a las dos semanas de mayor complejidad en el control del contagio, es decir, viviremos un antes y un después, probablemente para siempre.

Entonces, construir nuevos acuerdos, principios y formas de convivir serán necesidades indispensables para darle viabilidad a un planeta en el que estamos en calidad de huéspedes, no de dueños, como nos ha demostrado el coronavirus.

Saber qué haremos con los recursos naturales, las formas en las que producimos energía, el acceso al agua potable, a los servicios de salud, a las tareas mínimas de higiene, a la manera en que vivimos en familia, en pareja y con nuestros vecinos, nuestros sistemas de trabajo y hasta de relaciones laborales, son las bases de un mundo diferente, que debe estar preparado ya para la siguiente pandemia.

Porque tenemos que aprender que esto ocurrirá de nuevo y el antecedente inmediato, de hace una década, que fue el virus de la influenza H1N1, no nos ayudó de mucho y las lecciones más valiosas, tristemente, las habíamos olvidado hace tiempo.

Y qué decir de la manera en que nos hemos infectado de noticias falsas, mentiras, conspiraciones artificiales y todo tipo de supercherías que derivan en odio y discriminación. Se suponía que la tecnología mejoraría nuestra vida, no que la volvería un pozo de donde saldrían cantidades absurdas de terror.

Por eso debemos analizar con cuidado qué tipo de personas seremos cuando podamos regresar a nuestras rutinas de oficina, de escuela y de contacto social. No podemos ser los mismos, definitivamente, pero tampoco podemos ser peores.

Vienen dos o tres semanas más en las que habrá tiempo para reflexionar y poner a prueba todos los supuestos que dábamos por sentados en nuestra vida. Si aprovechamos para tejer relaciones personales sólidas y solidarias, lazos de trabajo que nos permitan crecer a todas y a todos, emprendimientos que revolucionen bajo el principio de ayudar y no sólo de lucrar, nuevas formas de organización social que equilibren las necesidades de la mayoría con los objetivos de políticos y partidos, entonces habremos aprovechado una de los retos mundiales de mayor dificultad en lo que va del siglo.

Somos una especie que supera adversidades, aunque olvida rápido lo que sufre para lograrlo y tiende a cometer los mismos errores al ignorar la historia y sus enseñanzas. Aun así, hemos salido adelante de guerras, enfermedades, catástrofes, crisis económicas y sociales, a veces con mejores resultados y, en ocasiones, sólo para entrar en lapsos peores.

Sin embargo, muchas de estas cualidades que hoy se destacan mucho y a las que algunos atribuyen el paso lento de esta pandemia en México, permanecen: la familia, el valor del hogar, la cercanía con amigos y colegas, la solidaridad real que surge en cada momento y de manera espontánea. Hemos sido una nación de esfuerzo, sin duda, sobre todo en los momentos en los que el panorama ha lucido menos optimista.

No obstante, ese sentimiento de perseverancia no será suficiente, si no modificamos muchas de las prácticas nocivas, de los malos hábitos, que hacen de nuestra convivencia en sociedad una forma de separación constante, en lugar de un medio para unir diariamente a una sociedad que hoy, mañana y a futuro, necesita ir en una misma dirección.

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