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Rechazo total a la violencia

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Ningún resultado positivo en contra del crimen llega sin riesgos, porque se trata de un negocio multimillonario que se basa en el delito, sus diferentes modalidades, y una compleja red de corrupción, complicidad e impunidad que lo nutren y fortalecen.

Buscar romper esa red tiene consecuencias y una de ellas conmocionó a la Ciudad de México, y al país, el viernes pasado cuando un grupo entrenado de criminales atentó contra el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, un profesional dedicado y capaz en estas difíciles tareas.

Aunque suene a juego de palabras, durante muchos años he repetido que para que el crimen prospere, debe haber instituciones, malos servidores públicos y sociedades que lo toleren, no puede funcionar de otra manera, porque la complicidad es la base de los abusos que puede cometer la delincuencia en cualquier comunidad.

Como capital del país, el mercado del crimen en la Ciudad de México es uno de los más grandes e importantes para los delincuentes, aunque también representa el de mayores obstáculos por una fuerza policiaca profesional, numerosa y articulada, que en su mayoría se compone por mujeres y hombres que tienen la convicción de velar por la seguridad de una ciudadanía que, muchas veces, no los aprecia como debería.

Ellos, los policías, tienen una de las responsabilidades institucionales más delicadas: la protección de todas y todos nosotros, lo que incluye a nuestras familias y a nuestro patrimonio. No siempre desempeñan esta labor en las mejores condiciones o con los salarios acorde al riesgo que asumen y tampoco con el reconocimiento social que merece la mayor parte de las y los agentes.

Hace varios años, hicimos un estudio sobre las visitas domiciliarias a las que estaban obligados los policías capitalinos en cada uno de sus cuadrantes para verificar y entrar en contacto con los vecinos. Entre muchos datos de interés, algunos sorprendentes, hubo uno que destacaba: hasta un 70 por ciento de su tiempo lo dedicaban a mediar o atender problemas entre personas.

Ya fueran diferencias vecinales o gatos trepados en árboles, las y los policías capitalinos eran —son— el primer contacto que tiene el ciudadano con el gobierno. Su intervención diaria le quita presión y brinda cierto orden a una ciudad que, por sus dimensiones, parecería imposible de coordinar.

Con diferentes grados de respeto, una obligación pendiente que tenemos la mayor parte de los capitalinos, la gente acude a la policía antes que a cualquier otra autoridad y le pide soluciones a sus problemas cotidianos. Es decir, al mismo tiempo que rechazamos su autoridad cuando no nos conviene, demandamos que haga su trabajo cuando nos sentimos amenazados en nuestra integridad y propiedad, lo que es común en las grandes urbes, pero contradictorio para una sociedad que reclama seguridad como su principal demanda social y política.

También, hace varios años tuve la oportunidad de conocer al ahora secretario García Harfuch, un joven policía con una capacidad fuera de lo común y un evidente profesionalismo. Su designación al frente del cuerpo policiaco más grande del país anticipaba resultados a favor de quienes habitamos y convivimos en la Ciudad de México.

Esa eficiencia, en la línea de trabajo de la corporación que él representa, puede traducirse en la represalia de criminales que ven afectado su enorme negocio y saben que la violencia es una de sus herramientas para detener la aplicación de la ley.

Después de lo sucedido, nuestra responsabilidad es apoyar a las y los buenos policías, de la ciudad y del país, reconocer su labor y aceptar su autoridad no por miedo o incomodidad a la sanción, sino por convencimiento de que así lograremos la seguridad, la paz y la tranquilidad que tanto pedimos.

Si queremos contribuir para que estos hechos no se repitan, rechacemos cualquier acto de violencia, evitemos justificar o proteger delitos por menores que estos sean, y denunciemos, sin olvidar que estamos obligados a darle su lugar a las y los buenos integrantes de los cuerpos policiacos que todos los días enfrentan al crimen en circunstancias de reconocimiento y respaldo social muy desiguales.

Mis condolencias para las familias de los dos policías que perdieron la vida en este cobarde atentado, como a la de la joven mujer que falleció en el fuego cruzado, todas vidas valiosas que perdemos de forma trágica. Pronta recuperación al secretario García Harfuch de sus lesiones y, como siempre, el reconocimiento a los cientos de buenos agentes de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.

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