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Prepararse para lo que viene

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Faltan ocho semanas útiles para quitarle impulso a una segunda ola de contagios (que parece más una marea que no baja desde el inicio de la pandemia) justo en la entrada de la temporada de invierno en la que el virus parecería que es más fuerte. Sin embargo, el descuido de las medidas básicas de sana distancia predicen un cierre de año muy complejo para tratar de mantener esta emergencia dentro de los límites que permitan, por un lado, tener abierta la mayoría de las actividades económicas, y por el otro, seguir asistiendo a las personas que necesiten atención médica urgente.

No se ve que sea así. Los fallecimientos se siguen apilando y los contagios no ceden, mientras que parece que nosotros nos hemos dado por vencidos ante el hartazgo del confinamiento que, debemos recordarlo, siempre ha sido voluntario.

¿Hasta dónde debemos actuar nosotros, dentro de lo que nos corresponde como sociedad, para atenuar los efectos de esta crisis? La respuesta es que el límite se encuentra en la frontera en la que coexisten nuestros derechos con nuestras obligaciones. Que las autoridades de todos los niveles sigan estrategias para tratar de restringir la movilidad y administrar la capacidad de los hospitales públicos es una atribución que les corresponde, como a nosotros ya nos toca empujar para un uso masivo de cubrebocas y la suspensión de festejos voluntariamente y hasta nuevo aviso.

El espectáculo político y la desinformación diaria sobre los números de la pandemia sólo nos está anestesiando hasta hacernos indiferentes con más de 90 mil vidas perdidas —y contando— por un padecimiento que no tiene tratamiento ni vacuna. Entiendo la esperanza mundial que despierta la velocidad con la que se busca el anticuerpo, pero será difícil que la tengamos a tiempo para evitar otra fase de pérdidas humanas y de personas con secuelas de la covid-19.

Por eso tenemos que prepararnos desde hoy para amortiguar lo que viene. El frío en el norte del país y la excesiva movilidad que se aprecia en el centro de la República son elementos que harán de estas dos regiones el foco de la pandemia en México, sin que eso signifique que el sur de México estará inmune o con menos afectaciones, sino todo lo contrario.

En resumen, es posible que en diciembre y en enero podamos estar otra vez en un escenario como el de mayo y junio, nada más que con la economía mucho más abierta, lo que nos arrastrará hacia el color rojo del semáforo. Evitarlo ya está en nosotros para adoptar los hábitos que nos permitan convivir con el virus, pero sin exponernos y exponer a los demás al contagio.

No será nada fácil, aunque es nuestra obligación intentarlo y hacerlo posible. Pensar que es un asunto del gobierno, pierde de vista que somos susceptibles al virus y que estamos en riesgo permanente, al igual que nuestras familias y seres queridos.

Suspender los festejos y las celebraciones este fin de año constituye la diferencia para empezar a salir adelante y ganar tiempo vital para el arribo de la vacuna, la cual no estará disponible de manera masiva hasta mediados del 2021 o forzar a paros de actividades inmediatos que dañarán sin remedio la economía. Es decir, no estamos en las últimas fases del problema, seguimos en el ojo del huracán y con un camino largo por recorrer dentro del túnel.

Nada en contra de brindar esperanza a la población, no obstante, nuestra participación civil será determinante para entender dónde nos encontramos y por qué no es tiempo para hacer como si el virus y la enfermedad no siguen en su apogeo.

Tanto el servicio de salud pública, como el privado, serán insuficientes si para el invierno se desatan los contagios porque no supimos quedarnos en casa. Recordemos que cualquier fecha importante se puede posponer, menos una: los funerales. Esos, tristemente, no tienen posposición alguna.

He visto muchos casos ya de contagios y algunos lamentables de muerte que me dan la pauta para insistir en que el tiempo se agota para tomar medidas personales y comunitarias que nos mantengan sanos y a salvo.

Cada vida que se pierde es una tragedia familiar, personal y social que no estamos aquilatando y tendrá efectos a futuro. ¿Cómo le explicaremos a un huérfano que sus padres perecieron porque no pudimos organizarnos bien para enfrentar esta enfermedad?

Esta emergencia ya no está nada más en manos de los gobiernos, también está en las nuestras. Si no estamos dispuestos a proponer y a actuar para superar esto, entonces las quejas salen sobrando. Tenemos una tarea para ser corresponsables de lo que sucede y de la manera en que vamos a resolver mejor esta crisis general.

No asumirnos como parte de este proceso de solución y no asumir esta corresponsabilidad puede hacernos perder la brújula y la preparación indispensable para salir bien librados de una emergencia histórica se transformará en una caída libre para la que no tendremos amortiguación, ni paracaídas. Seamos responsables ahora, usemos cubrebocas, quedémos en casa el mayor tiempo posible y adoptemos hábitos definitivos de higiene.

O preparémonos para lo peor.

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