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La importancia de las aulas

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

 

No sabemos cuándo llegará la anhelada luz verde del semáforo que nos permita regresar a una nueva realidad que nada se parecerá a lo que vivíamos antes de marzo. Uno de los aspectos que menos valoramos antes, y que hoy es fundamental, es la educación de nuestras niñas, niños y jóvenes en medio de la pandemia.

Quince días han pasado, y han bastado, para entender que no hay manera de suplir la importancia de la comunidad escolar, de la convivencia en las aulas, para la formación de quienes vienen detrás de nosotros y pronto tomarán las riendas de este país.

Sin herramientas adecuadas, contenido deficiente, presentadores poco capacitados, entramos a un ciclo escolar virtual, a distancia, cuya lejanía se hizo más patente conforme nos dimos cuenta de que somos un país con una enorme desigualdad (que ya conocíamos, no nos engañemos) en el acceso a la tecnología y hasta a la señal de internet que hoy es un recurso básico para acceder al conocimiento.

Por eso es indispensable el aula, los profesores, las directivas, las autoridades de educación pública y todas y todos los que participamos en el proceso de educación y de formación de las nuevas generaciones que, espero, sean mucho mejores que las nuestras.

Sin embargo, el coronavirus alteró uno de los pocos espacios que todavía respetábamos y en los que coincidíamos: la escuela. No veo cómo podemos culpar a alguien en específico, aunque las insuficiencias que tiene el sistema educativo sí son responsabilidad entera de gobiernos que prefirieron descuidar la educación y privilegiar la política (más la grilla) que la preservación del conocimiento, los valores y la disciplina académica que hace que los países progresen.

Nuestro desafío ahora será el retorno seguro a los salones, justo cuando más lo necesitaremos para salvar un año escolar complejo, en el mejor escenario híbrido, que permita regresar a esa formación de valores que tanto necesitamos hoy y hacia el futuro.

Pero el regreso no puede estar a discusión. Es, de acuerdo con todas las experiencias mundiales que ocurrieron también en esta última quincena, el elemento fundamental de la educación, más allá de las lecciones y de intercambio de datos por vía digital o por televisión abierta.

La escuela es un proceso, no sólo un lugar, donde aprendemos a hacernos independientes, entramos en relación con otros y formamos las primeras etapas de una sociedad. Ahí, en los salones, maestras y maestros nos influyen y determinan con su experiencia y conocimiento como, a veces, no sucede en nuestros hogares, muchos de ellos aquejados de problemas, conflictos, necesidades y urgencias.

No es ninguna casualidad que, incluso, en las colonias más peligrosas del país, los planteles sean lugares de respeto y de cuidado hasta por parte de los mismos criminales que, conscientes de que el camino que tomaron no es el correcto, confían en la educación para que sus hijas y sus hijos no sigan la misma ruta que ellos.

Hoy no tenemos esa posibilidad y tenemos que recuperarla lo más pronto posible por el bien de México y de todos. Jamás podremos ser el país que deseamos sin la educación y el impacto que tienen las aulas en la formación de niñas, niños y jóvenes, la cual no puede ser sustituida.

Mientras tanto, debemos tomar con mucha seriedad las clases a distancia y proveer a los estudiantes de las herramientas adecuadas, a pesar de los problemas de espacio, acceso y tecnología que arrastramos. Si podemos ayudar a una vecina, a un vecino, para que tenga señal; si nuestro negocio puede albergar a quienes necesitan tener un televisor o una clave de internet, hay que hacerlo sin dudar. Si nos consideramos una sociedad solidaria en la desgracia, hoy es momento de serlo en la necesidad que representa brindarle educación remota a las y los alumnos.

No hay que perder de vista que este ejercicio, con todos sus defectos, debe ser temporal. Mamás, papás, tutores, responsables de crianza, profesores, directivas y autoridades de todos los niveles, debemos preparar el regreso seguro, ordenado y paulatino de las clases para no hipotecar el futuro de nuestras niñas, niños y jóvenes.

El reto no es menor, cuando ya en México teníamos un rezago educativo histórico, plagado de vicios y desequilibrios, que no tienen espacio en cuanto podamos reducir el peso del coronavirus, hasta encontrar un tratamiento y la esperada vacuna que nos dé paso a una situación de nueva realidad, jamás de normalidad, para convivir en grupos numerosos.

En este proceso estamos involucrados todas y todos, no hay atajos y tampoco respuestas simples. La educación es factor básico para crecer, es la última posibilidad que tenemos de progreso social y, en un mundo fragmentado por los rencores y las mentiras, la única salida para construir una sociedad equitativa, justa y compartida. No lo echemos a perder, porque puede ser que no tengamos otra oportunidad más adelante.

 

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