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Gran acuerdo nacional

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

 

No estamos jalando parejo. Somos una sociedad que tiene metas comunes, pero no estamos logrando que nuestras aspiraciones más básicas avancen porque estamos muy ocupados tratando de imponer nuestros puntos de vista a cualquiera que no los comparta.

Esta semana, nuevamente, ha sido una en la que hemos perdido tiempo valioso discutiendo, en público y en privado, sobre temas que no tienen la misma relevancia que los problemas que nos agobian. Para tratar de ser congruente, no voy a mencionar esas distracciones que ocuparon la agenda pública y mediática de nuestra nación, en su lugar, menciono que el estado de la seguridad, la educación, los servicios de salud y el empleo, entre otros desafíos, siguen siendo asignaturas pendientes.

Pero no sólo para los gobiernos, tanto el federal como los estatales y municipales, sino para nosotros, las y los ciudadanos. Hasta el momento, no existe un movimiento civil que se organice en torno a lo que compartimos y sí alrededor de lo que nos divide.

Hemos llegado a extremos en los que empezamos a separarnos por el tono de nuestra piel y la supuesta “clase social” a la que creemos pertenecer, sin embargo, todas y todos seguimos sufriendo por los mismos problemas, sin encontrar soluciones concretas en el corto y mediano plazo.

Como si se tratara de un mecanismo oculto, los opositores a la administración actual reaccionan ante cualquier hecho que consideren propicio para evidenciar que hubo un error en la votación presidencial de 2018, aunque quienes apoyan decididamente todos los mensajes que surgen del gobierno de la República responden de manera similar, buscando ganar un debate que ya parece artificial o reducido a quienes seguimos teniendo ánimo para interactuar en redes sociales o a recibir la tanda diaria de mensajes instantáneos con datos falsos, a medias o ciertos, aderezados de comentarios de uno y otro lado, depende quién lo mande.

No obstante, los retos de México siguen ahí, acechando en medio de un entorno global que es determinante para el desarrollo de cualquier país y que ya es de por sí muy complejo. Da la impresión que es más sencillo alejarnos que ponernos de acuerdo, una imagen que nos ha definido como sociedad durante demasiados años.

Antes, al menos teníamos la coartada de que vivíamos en un modelo poco democrático, enfocado en la generación de riqueza al precio que fuera, proclive a la corrupción y con una amplia impunidad, se supone que esto no es así y que cada uno hacemos nuestra parte para construir el país, ¿cierto?

En 1762, Jean-Jacques Rousseau publicó El Contrato Social, uno de los libros que impulsó la Revolución Francesa para crear un sistema político institucional que garantizara la igualdad y la libertad, así como las obligaciones sociales que acordara una mayoría a favor de un bien común mayor, el cual estuviera por encima de los intereses particulares o de unos cuantos. Uno de sus ejes es la “voluntad general” que sustituía a los designios del rey y le permitía a las y los ciudadanos tomar decisiones y acordar pasos a seguir.

Si aplicáramos estos principios al momento que vivimos, creo que podemos asegurar que nos hace falta un gran acuerdo nacional para que unidos, podamos frenar al crimen organizado, mejorar las instituciones actuales y debatir sobre los temas que importan, no solo los que nos dan tema de conversación, ya sea para discutir o para tratar de convencer.

Estoy convencido de que somos una sociedad mucho mejor de lo pensamos y que hemos dado muestras de que podemos alcanzar acuerdos para edificar una nación como la que siempre soñamos. No es un asunto de sentimentalismo, se trata de recuperar la ilusión de que podemos crecer (en lo económico y en lo social), desarrollarnos y lograr una comunidad similar a los modelos exteriores que tanto añoramos.

Es recuperar la idea de que podemos hacerlo mejor, todas y todos, que nuestra cultura no es el caos y mucho menos la transa, que —si queremos— está en nuestras manos alcanzar ese estado de país con un estado de bienestar real, uno de oportunidades, donde no tenemos que coincidir a cada momento, sino estar de acuerdo en lo esencial, para defenderlo siempre.

 

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