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Espero equivocarme

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Si todo sigue como hasta ahora, tendremos una pandemia de otro año, aunque contemos con las vacunas suficientes en el país. No es un problema de dosis, como uno de falta de organización civil y gubernamental para que se pueda hacer un suministro ordenado y efectivo.

Nunca había deseado tanto estar equivocado, sin embargo, el manejo de esta crisis sanitaria se ha politizado demasiado y hoy lo que tenemos es un cúmulo de información parcial que no sirve para que quienes no estamos en las grillas cotidianas podamos comprender a cabalidad cuál es el plan oficial. 

Ahí es donde nosotros como ciudadanos debemos delinear el nuestro, el familiar y el personal, para esperar nuestro turno en la fila de la vacunación o estar presentes en los primeros grupos, de acuerdo con nuestra edad y condición. Hasta el momento, ya se anticipaba, las y los profesionales de la salud, junto a trabajadores esenciales, fuerzas de seguridad y protección, entrarán en una primera fase, luego será por edades y así hasta llegar a una mayoría de la población mexicana, exceptuando a los menores de 16 años. 

Hasta ahí lo que conocemos, en medio de un clima de optimismo que se transforma rápidamente en descuido y en la necesidad de regresar a una normalidad que ya no existe, lo que ha metido en problemas a la Ciudad de México, al Estado de México, a Zacatecas, a Jalisco, entre otras entidades que han visto un repunte de los contagios en los últimos días y semanas. Por ello, la capacidad hospitalaria pública y privada para pacientes graves se redujo en una proporción que podría ser similar al aumento de movilidad que se ha tenido en las grandes ciudades de la República, porque puede existir la percepción de que ya estamos de salida. 

Tristemente, eso es falso. Habrá que repetirlo una y otra vez, porque la presión en la que hoy viven dos terceras partes del país por la pandemia sólo desembocará en una situación de mayor mortalidad y contagios masivos, justo cuando pensamos que llegó el momento de regresar a la escuela, al trabajo presencial o a retomar el ritmo del negocio familiar. 

Ese lapso será en enero y podría alcanzar el año exacto en el que inició el aislamiento voluntario, allá por el lejano marzo de este 2020 que concluye en poco más de dos semanas. Ese freno para retornar a una nueva realidad puede darse con una fuerza tal que tendríamos que vivir de nuevo muchas semanas de confinamiento, sólo que ahora forzoso, lo que tirará a la basura el esfuerzo y sufrimiento previos de miles de familias. 

No obstante, ahí están las medidas de higiene, sana distancia, buena alimentación, ejercicio físico, atención de salud mental, que hemos seguido más o menos con constancia desde que arrancó esta crisis sanitaria mundial. Mantenerlas es también nuestra decisión y no podemos, ni debemos, esperar a que las autoridades estén detrás de nosotros para hacerlas un hábito hasta recibir la vacuna y después de ello. 

Creo que los miles de fallecimientos son lección suficiente para organizarnos socialmente de otra manera, aunque prevalece tanta desinformación que nuestro tradicional egoísmo le está ganando rápidamente la partida a una solidaridad que es urgente para sobrevivir al virus y a las consecuencias económicas que ha provocado. A pesar de lo anterior, soy optimista en que con la llegada de las vacunas actuaremos con paciencia y orden para reducir al máximo la posibilidad de un mercado negro (siempre presente), los privilegios para obtener una dosis y los errores en un proceso que es inédito y por lo tanto está sujeto a una curva de aprendizaje. 

Nuestro papel podría hacer la diferencia, a través de brindarle nuestra confianza a la estrategia de las autoridades de salud y colaborar con ellas para que los grupos vulnerables tengan preferencia, así como las y los héroes y heroínas que han luchado una batalla desigual en hospitales y clínicas contra una enfermedad desconocida y muchas veces mortal. 

El tipo de sociedad que queremos ver después de que superemos esta situación (porque lo haremos) está más en las manos de cada uno de nosotros que en los mandatos e instrucciones de los gobiernos de todos los niveles. Ojalá el resultado sea el que esperamos, porque solo así habrá valido la pena el sufrimiento de las múltiples pérdidas que miles de personas han tenido durante esta contingencia global. Hay algunos signos de aliento, esos que se ven en medio de la catástrofe, cuando de manera espontánea muchas mujeres y hombres le tienden la mano a otras personas que sigue afectadas por esta pandemia. Cualquiera puede verlo también en las calles atestadas de vehículos, en espacios públicos y en el entorno inmediato de vecindarios, barrios y colonias. Contrasta, lamentablemente, con quienes se empeñan en celebrar reuniones y festejos con todo y recomendación de usar cubrebocas. Vivir con salud no puede ser una excepción en un país que busca crecer y recibir atención médica oportuna y gratuita debería serlo menos, pero así estamos y estábamos ante del covid.

Mi deseo y recomendación en esta conclusión de año es paciencia y un poco de orden para aprovechar esta señal de esperanza que representan las vacunas que ha sido desarrolladas en tiempo récord por una comunidad científica a la que no le damos su justa importancia, igual que a la comunidad médica y a los profesionales de la salud. Hacer lo que nos corresponde, con voluntad y compromiso de salir adelante juntos, podría ser el inicio para saldar esa deuda con quienes hoy, nuevamente, nos han salvado.

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