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Culiacán

Luis Wertman Zaslav

Luis Wertman Zaslav

Con toda su crudeza, el crimen organizado nos demostró su alcance el jueves, a partir de una estructura poderosa, bien armada y con capacidad de movilización para detener, en minutos, zonas enteras de la capital de Sinaloa.

Del otro lado, en un operativo que ya han admitido que fue precipitado y erróneo, las autoridades federales tuvieron que negociar, en vivo y a todo color, para evitar un baño de sangre que, seguramente, les habían garantizado las cabezas del Cártel de Sinaloa si no liberaban a su líder. Aun así, hubo ocho muertos, cinco agresores, un guardia civil, un ciudadano y hasta un preso de los que fueron liberados, según el reporte oficial.

Para demostrar que hablaban en serio, desplegaron vehículos artillados, con modelos clonados del Ejército, patrullas falsas y hasta de servicio telefónico que usan, supongo, en tareas de vigilancia, supervisión y otros mandados, como cualquier compañía comercial, nada más que ésta dedicada al delito en todas sus modalidades.

Por si esto fuera poco, con el objetivo de utilizar la mayor cantidad de personal disponible, liberaron a varios reos del penal local, una especie de casa de retiro con rejas, para que se unieran a las labores de rescate del hijo de su referente, quien ya había sido detenido con base en una orden de aprehensión con fines de extradición, como confirmó el propio Presidente de la República al día siguiente en su conferencia diaria desde Oaxaca.

Esta organización, muy superior a la de las autoridades estatales, municipales, a la de la sociedad civil sinaloense, y que rivaliza con el gobierno federal mexicano, dejó claro que sólo evitaría la masacre si obtenían la entrega del prisionero, a lo que finalmente se accedió, en un hecho inédito hasta la fecha.

Podremos debatir una eternidad si con este gesto se evitó una tragedia; es posible que sí, pero la amarga realidad del poder que tiene el crimen organizado (que es todo) en nuestra sociedad brinda una percepción desoladora sobre lo que sigue para disminuir la violencia, reducir los delitos y recuperar la paz.

Porque es hora de mirar al crimen como lo que es: una compañía perfectamente bien financiada, protegida, con raíces en muchos sitios de poder, con personal capacitado y dispuesto que cuenta con las herramientas necesarias para mantener su negocio ilegal. Tanto que, ante la magnitud del caos del jueves, pocos se preguntaron dónde estaba el gobernador, su administración y hasta la alcaldía de la capital de un estado estratégico del país; todos pasaron a un tercer plano, porque el desafío era al más alto nivel, por eso sólo emitieron comunicados recomendando a sus propios ciudadanos que mejor se escondieran.

Y no es el único ángulo de análisis: a unos 25 kilómetros de Culiacán, en Costa Rica, pudimos observar el saludo del personal del cártel a los soldados mexicanos y la tregua que se daba, ya que los líderes de ambos bandos habían acordado la liberación, por lo que era innecesario gastar municiones, menos cuando se está entre conocidos.

A muchos en redes sociales les pareció el colmo de la impunidad, y lo es, aunque también aclara que hablamos de personas que, a pesar de encontrarse en bandos opuestos, no dejan de serlo; en muchas ocasiones he escuchado historias de familias que comparten la comida del domingo con parientes que trabajan en la policía, sentados al lado de quienes prestan sus servicios a la delincuencia, juntos y esperando el lunes para que cada quien regrese a su trinchera.

De fondo, éste es el país que tenemos y así está la situación de inseguridad que vivimos, no nos engañemos más, nos han precisado el tamaño del reto que tenemos todos si queremos cambiar las cosas para bien. Decir que los buenos somos más no es suficiente, como tampoco lo es que el gobierno no se deje ayudar por su misma sociedad.

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