Logo de Excélsior                                                        

Lo que incomoda al Presidente

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

Lo que incomoda al Presidente no son los hechos aciagos. Lo que le irrita sobremanera es que esos hechos sean publicados. Asegura que quienes los señalan son corruptos, conservadores, fifís —su arsenal de calificativos, lo saben los lectores, es mucho más amplio—. Pero hay que aclarar que quien se refiere a un hecho no está emitiendo una opinión sobre el mismo, sino tan sólo enunciándolo. Y eso, aunque no suponga un juicio valorativo, no lo soporta el Presidente.

Imaginemos a un individuo que acude al médico porque tiene la presión arterial alarmantemente alta o porque su nivel de glucosa está muy por encima de lo conveniente. Es obvio que el paciente busca al facultativo con el objetivo de que el tratamiento que éste le indique logre que la presión arterial o la glucosa se normalicen.

Pero si en lugar de eso, en virtud de que su presión arterial está más elevada o el nivel de su glucosa ha seguido subiendo a pesar de que ha seguido el tratamiento prescrito, nuestro imaginario personaje vuelve con el médico para hacérselo saber, sería absolutamente irrazonable que el doctor, en lugar de preocuparse por su salud, lo denostara y le espetara que su propósito perverso es desacreditar su calidad profesional y su honestidad.

¡Pero el pobre paciente no tenía el propósito de perturbar el ánimo del médico, de disgustarlo o agraviarlo, sino tan sólo quería informarle que el tratamiento que le prescribió no le está ayudando! Al paciente le interesa mucho que lo sepa su doctor por un solo pero muy importante motivo: quiere preservar su salud, ese divino tesoro, y se ha dado cuenta de que, para lograrlo, el facultativo debe rectificar.

Si tras fustigar al perplejo individuo el médico le dice que no va a modificar el tratamiento porque no es igual a los otros médicos, ya que, a diferencia de ellos, él ama verdaderamente a sus pacientes, tiene la conciencia tranquila y duerme como un bendito, entonces el paciente, salvo que sea un suicida, comprenderá que tiene que cambiar de doctor.

El Presidente dedicó una buena parte de una de sus conferencias mañaneras a despotricar contra el documentado y objetivo reportaje del diario español El País, titulado “100,000 muertos en México. Radiografía de un país roto”, sin desmentir, refutar o poner en duda uno solo de los hechos y los datos que allí se consignan. ¡Ni uno solo!

El Presidente no podía desmentir, refutar o poner en duda uno solo de esos hechos y esos datos por una sencilla razón: porque todos son ciertos. Pero al Presidente no parece sobresaltarle esa terrible realidad —un elevado número de contagios, una altísima tasa de mortandad, cifras falsas, escasez de pruebas de detección, insuficiencia de servicios hospitalarios—, sino que se haga referencia a ella.

Ese sobresalto se produce no sólo en el tema de la manera fallida en que su gobierno ha hecho frente al coronavirus, sino en cualquier otro tema: la erosión del sistema de atención a la salud, el desabasto de medicamentos, la incidencia récord de los homicidios dolosos, la impunidad en que quedan nueve de cada diez de éstos, los 10 feminicidios diarios, la caída de la economía, el aumento del desempleo, los contratos por asignación directa, las corruptelas que ha documentado Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, el debilitamiento o la captura de los organismos autónomos constitucionales, el amedrentamiento de ministros, magistrados y jueces, y un largo etcétera.

¿Cuándo se ha escuchado al Presidente refutar con datos o argumentos las notas o las columnas periodísticas que se refieren a sucesos nada plausibles? No, jamás lo ha hecho. Su respuesta es la descalificación, el insulto, la calumnia, la aseveración de que él es distinto a todos los presidentes del periodo neoliberal.

Lo suyo no es la argumentación, sino la repetición ad infinitum de lugares comunes o arengas ante las cámaras desde el templete del Palacio Nacional o en las giras por la República. Lo suyo es repetir cansinamente que su gobierno está transformando al país, lo que, sin duda, es cierto, pero la transformación que estamos presenciando, tristemente, ha sido para empeorar, no para enmendar las cosas, y no porque así lo digan los periodistas: lo dicen los hechos, los datos, los cuales se pueden negar o soslayar sin que por eso la realidad se modifique.

Comparte en Redes Sociales