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Nunca estarás a salvo

Lucero Solórzano

Lucero Solórzano

30-30

Hace años el actor norteamericano Joaquin Phoenix amenazó con que se retiraba del cine. Uso la palabra “amenazó” porque hubiera sido una pena que lo cumpliera. Por lo pronto, nos hubiera privado de ver su soberbia actuación en la película Nunca estarás a salvo (You Were Never Really Here —en realidad, Nunca estuviste aquí—, Estados Unidos, 2018) que se estrena en México este viernes 25 de mayo.

Dirigida por la escocesa Lynne Ramsay, que entre su filmografía tiene una película impresionante, Tenemos que hablar de Kevin, la adaptación de Nunca estarás a salvo es de ella misma, basada en la novela homónima de Jonathan Ames.

Al igual que Tenemos que hablar de Kevin y más de 5 años después, en esta ocasión Ramsay presenta un relato sobre infancias conflictivas, lleno de crudeza, en el que no le tiembla la mano para ser realista y hasta brutal en las secuencias de violencia y, sobre todo, en el trágico contenido de la trama.

El protagonista es Joe, un veterano de guerra traumatizado que, además, carga el punzante recuerdo de una infancia de violencia y abuso por parte de su padre. Profundamente violento, está convertido en un “brazo ejecutor” a sueldo que se dedica a perpetrar ajustes de cuentas, palizas, amenazas y hasta asesinatos. Sólo hace una llamada y a quien le contesta le dice “It’s done-Está hecho”. Cuida de su madre anciana y sobrevive, vegeta, entre encargo y encargo.

La mejor selección para el personaje es, sin duda, Joaquin Phoenix, quien ha mostrado su talento para meterse en la piel de hombres trastornados, fracturados, violentos y sanguinarios, pero que, al mismo tiempo y sin saberlo, albergan dentro de sí una muy leve luz de esperanza.

Joe recibe de su socio la tarea de buscar a la hija adolescente de un importante político, muy cercano al gobernador, que está desaparecida. Sólo tiene una dirección. Joe inicia sus pesquisas y va descubriendo una red de abuso repugnante que lo lleva a bajar al infierno nuevamente, para ahí acabar de hundirse o salir a flote y redimirse.

Como en Tenemos que hablar de Kevin, Lynne Ramsay desarrolla el relato intercalando numerosos flashbacks cortísimos y un poco confusos, que van permitiendo conocer, aunque no por completo, el tormento que vive Joe y de dónde viene tanto odio, violencia, venganza y resentimiento que se han convertido en una forma de vida. El único ser por el que siente algo es su madre y ambos guardan su dolor en silencio. El personaje queda narrativamente en un rompecabezas inconcluso, pero el trabajo de Joaquin Phoenix y la forma en que la cámara lo aborda, lo acosa, lo aplasta, hacen que el espectador sienta en carne propia ese sentimiento de asfixia que Joe parece disfrutar perversamente.

Es una película muy oscura con una fotografía e iluminación efectistas que contribuyen a reforzar la opresión en torno del protagonista.

Un gran trabajo de Joaquin Phoenix. Muy recomendable.

 

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