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Un sueño ridículo

Leda Rendón

Leda Rendón

Umbrales mínimos

Ya no podré volver a caminar. No siento nada ante el hecho. Es de madrugada. Desde mi ventana veo a los gatos caminar por los techos y las bardas. Escucho cantos animales y sonidos metálicos. Me quedo ante las nubes y los edificios y el jardín de cristal que me refleja sentada; toco mis libros y mis plantas. Tengo 43 años y nada nunca ha tenido sentido. La única salida es la muerte.

Me duermo varias veces; en los sueños pueden encontrarse revelaciones, dicen. ¿Para qué me engaño?, hace mucho tiempo que no sueño. Me mojo con las manos la cara y pienso que sólo el dolor, la envidia, el deseo de tener más han invadido mis días. Hoy amanecí anestesiada. En mi casa colecciono libros, plantas, animales y tengo la sensación de que mi departamento es un bosque que me traga. En él he renunciado a la vida en sociedad. Estoy enclaustrada en un aparador, atrapada por el sol, el aire templado y el olor de lo vivo. Mi novio me mueve de un lugar a otro y me dice, sonriendo, “pareces una muñeca”, y me veo el torso desnudo delgadísimo. Le respondo, “es curioso este estado en el que me encuentro”, y sonrió también.

Me duermo frente a la ventana. Durante ese largo sueño dejo de odiar y comienzo a amarlo todo. ¿Cómo es posible hacer eso? Los detesto a todos, siempre me ha caído muy mal la gente. Apenas puedo convivir conmigo misma. Estoy maltrecha y siempre he pensado que soy una idiota. He tenido que sobrevivir como todos los estúpidos.

Despierto en el sueño. Tengo la sensación de que todo es nuevo y maravilloso, tengo pláticas bien largas con las plantas. Los animales y yo nos entendemos como nunca. Hay hermosas reuniones de pájaros en mi muro de cristal. Veo a todos felices conviviendo con todos. Vivo en una sociedad maravillosa. Mis libros vibran, siento crujir sus historias, oigo gemidos y lamentos deliciosos y de pronto saltan hacia mis manos como ranas bien verdes y se mueven las páginas envueltas en un aire estelar. Los perros se sientan a la mesa y después de entablar conversaciones filosóficas sobre la bondad humana llegamos a la conclusión de que lo importante es amar. Yo sigo sintiendo odio, tengo esa náusea interminable.

Por eso los volví perversos a todos en el texto de Dostoievski, El sueño de un hombre ridículo. Hace muchos años tomé el cuerpo de ese hombre ficticio y mentí: dije que la maldad dentro del sueño del hombre había surgido espontáneamente. Era una maldad viva. La verdad es que la maldad estaba en todo. Disfruté convertirme en un iluminado en ese cuento, en el de hace muchos años, pero ahora no voy a mentir. Atrapé a esta suicida, a esta mujer ilusa.

Desperté.

Mi deseo se volvió insaciable. Estaba dispuesta a todo para conseguir lo que quería, que definitivamente ya no era la muerte. No importaba que no pudiera caminar. Era irrelevante ver el mundo desde esta pecera. Mi misión era ir a vomitar y repartir el mal por toda la Tierra.

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