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Homenaje a La casa maldita, de Howard Phillips Lovecraft

Leda Rendón

Leda Rendón

Umbrales mínimos

En el departamento de sol vive conmigo una pequeña sombra encorvada, me endurece la piel, me duerme el cuerpo. Comencé por construirle al lugar anexos imaginarios, quizá se iría la sombra. Por eso lo llené de balcones y plantas. Ocupé el techo y floté viendo los árboles. Las plantas rodearon algunos de los domos soñados; que cambiaba de lugar a placer. Construí ventanas atrás y enfrente de la cama; me hice una recámara de cristal y me quemé la piel delgada y blancuzca.

Me refugié en el cielo de las ventanas. Una tarde se abrió una grieta de sol en mi recámara. La tierra se detuvo. Me sentí muy triste. Era el día de mi cumpleaños: estaba por transformarme. Era ya vieja, con tanto sol en los espejos se me notaban las arrugas.

Comencé a ver por las noches cómo la madera de mi recámara se levantaba ligeramente. Comenzaron a surgir hongos luminosos que desaparecían por la mañana. Entonces yo me daba cuenta que había sido un sueño o una premonición tal vez.

La madera se elevaba y me subía unos centímetros por encima del cemento. Pequeños seres aparecieron en donde se había detenido el sol, el universo. Los entes comenzaron a vivir adentro de las plantas, después ya dormían entre los libros, los perros los perseguían. Estoy hipnotizada y no me atrevo a decirles que se vayan.

Hoy es mi cumpleaños nuevamente. De la invasión ya va un año y había una decena de los hombrecitos acostados en una de mis almohadas y grité de terror; los lancé contra la pared, los aventé por la ventana. Vinieron a tocarme para reclamarme. Yo negué lo sucedido y me dediqué a ahogar a todos. Terminaba exhausta.

Pronto la casa estuvo llena de porquería y seguí matándolos. Lo hice de la forma más indolora posible. Dado su tamaño, bastaba con polvos de píldora para dormir y comencé a cocinarlos para los perros. El horno hacía de crematorio. La tos de los habitantes era un horrible eco, se oían los camiones y las ambulancias en las madrugadas.

Los edificios comenzaron a llenarse de moho. Yo ocupé dos departamentos más y los llené de plantas. Había que estarse con mucho cuidado porque ya no había vigilantes, únicamente funcionaban las luces solares y unos vecinos y yo nos proveíamos de agua. Tenía un arma en casa.

Maté a todos los seres que había y siguió apareciendo la sombra encorvada y se arrastró en una columna que se formó en el techo, muchas sombras pequeñitas la seguían y aullaban.

Era el infierno de Dante. Mi habitación estaba fluorescente y vi en un espejo cómo, todas las noches, mi rostro adquiría el de las personas que había desa-

parecido. Recordé que esto ya lo había leído en otra parte.

El monstruo, la sombra encorvada del cuento de Lovecraft, era parecida a la que se me aparecía: un ser multiforme de otro universo, él me traía a las personitas.

Me siento condenada a ser testigo de todo este infierno y no sentir nada, ahora los mato como a conejos. La sombra me lengüetea los ojos. Aunque soy dueña de gran parte del lugar, ya imaginé toda una propiedad llena de agua y plantas. Sólo falta que todo termine.

 

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