¿Y la corresponsabilidad?
Recientemente, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social Coneval dio a conocer la evaluación estratégica sobre el avance de las mujeres en el ejercicio de sus derechos, con datos que confirman una vez más el rezago en el que nos encontramos ...
Recientemente, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) dio a conocer la evaluación estratégica sobre el avance de las mujeres en el ejercicio de sus derechos, con datos que confirman —una vez más— el rezago en el que nos encontramos y, sobre todo, las décadas que nos faltan para cerrar la brecha.
Algunos de los datos que vale la pena destacar son que casi 20% de las mujeres declaró que ha sido discriminada en la búsqueda de empleo; 46% de las mujeres opina que sus derechos se respetan poco o nada; una de cada cuatro mujeres asegura que se le negó injustificadamente obtener un ascenso laboral; 50% de las trabajadoras del hogar remuneradas no tiene prestaciones laborales como seguro social, aguinaldo o vacaciones. La ironía más grande es que sí existen leyes en este país para combatir la brecha laboral de género. Entonces, ¿qué sucede? El tiempo dedicado al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado constituye casi 50% del tiempo destinado a trabajar. En América Latina y el Caribe, las mujeres dedicamos tres veces más de tiempo que los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado.
En México, las mujeres nos desarrollamos menos en nuestras profesiones por la carga adicional del trabajo de cuidados. Las tareas del hogar y de cuidado ejecutadas por las mujeres de 12 años o más tuvieron un valor que asciende a 6.4 billones de pesos, equivalente a 27.6% del PIB.
Para empezar la cuestión cultural, seguimos en un país machista y misógino que considera como un designio divino que las mujeres seamos quienes nos hacemos cargo del tema de cuidados del hogar, que va desde atender hijos, pareja y adultos mayores hasta los trabajos domésticos no remunerados.
Una de las dificultades vinculadas a la injusta distribución del trabajo de cuidados está relacionada con los roles y los estereotipos de género, por los cuales tanto el trabajo de cuidado como el trabajo doméstico tienden a ser considerados como un trabajo “natural” de mujeres, como si naciéramos con la etiqueta de cuidadora, cocinera, enferma, niñera y otros.
¿Hasta cuándo? ¿Nuestras hijas cargarán con esa misma etiqueta? Depende de nosotros, es el momento de educar distinto a las nuevas generaciones y, sobre todo, exigirles a los hombres que asuman la corresponsabilidad en los cuidados. Para empezar, tenemos que modificar hasta nuestro lenguaje al decir frases como “mi esposo me ayuda con los niños”. ¿Ayuda? Desde ese mismo momento todo está mal.
Históricamente, las mujeres hemos sentido que cuando ganamos nuestros derechos son concesiones, dádivas que nos otorgan, y ese modelo tiene que cambiar para poder eliminar costumbres arraigadas que nos someten a posiciones de desventaja para el desarrollo personal, profesional y económico.
El cambio tiene que comenzar por nosotras.
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