Una y otra vez

La historia se repite en forma pendular y hoy es claro que existe una fascinación por los gobiernos populistas.

Al analizar el panorama nacional e internacional, es pertinente la pregunta: ¿la democracia está en vías de extinción como forma de gobierno o está atravesando por un bache?

Cada vez son más los habitantes de este planeta quienes eligen a candidatos populistas, entendidos como liderazgos poderosos, casi mesiánicos que dicen tener todas las respuestas y actúan como si esta creencia fuera una realidad.

La más precisa definición que se puede tener de un populista pasa necesariamente por una figura carismática que puede conectar con gran facilidad con los miedos, deseos y aspiraciones de la mayoría, aunque normalmente su carácter tiránico suele imponerse.

Tristemente, culminan sus gestiones con el desprecio de quienes algún día los idolatraron y, en todos los casos, su permanencia en el poder depende del grado con el que puedan aplicar la violencia en contra de quienes algún día los alabaron.

Parecería que se repite la historia narrada en la Biblia, según la cual un líder carismático que tenía todas las respuestas pasa, en menos de una semana, de ser recibido con palmas a que sea crucificado, incluso antes que a un conocido criminal.

La historia se ha repetido de manera incesante; sólo a través de ella pueden explicarse ascensos vertiginosos y caídas estrepitosas como las de Aldolfo Hitler o Nicolae Ceauşescu.

Así como el sostenimiento en el poder de dictaduras como la de Francisco Franco, quien se mantuvo en el poder hasta su muerte, o la de Fidel Castro, quien logró heredar el poder.

En ese creer que los hechos son nuevos y no la repetición de historias que ya se vivieron, ese filosófico eterno retorno, los pueblos suelen enamorarse de los líderes populistas una y otra vez. Siempre las mismas esperanzas y la misma desilusión.

Ésa es la única manera de explicarse el enamoramiento irracional de muchos norteamericanos hacia Donald Trump, quien no representa los intereses del Partido Republicano, sino de fracciones populistas de ese país.

A pesar de los resultados de su administración, este hombre sigue viéndose como opción electoral en su país.

Algo similar ocurrió en Turquía, en la que, ciertamente, Recep Tayyip Erdoğan se mantuvo en el poder, a pesar que debió ir a una segunda vuelta electoral.

O el caso más notorio con Vladimir Putin quien, parece, seguirá gobernando Rusia por la eternidad.

En El Salvador está la figura de Nayib Bukele, a quien muchos de sus compatriotas ven como un héroe, a pesar de que sus métodos para combatir a la delincuencia parecen mucho más de alguien que no cree en los derechos humanos. Quien actúa así no comprende que esa falta de respeto a la ley se podría volver en su contra con gran facilidad.

Parecería que el amor por los procesos ampliamente democráticos ciertamente está perdiendo impulso mundial, en una buena medida porque a sus líderes se les ve como personas debilitadas en su afán de complacer a todos y ser políticamente correctos.

El botón más cercano se muestra en el gobierno de España, en el que Pedro Sánchez tuvo que convocar a elecciones anticipadas, luego de la caída estrepitosa de sus aliados electorales en las urnas.

Países que siguen optando por estas vías muy democráticas lo hacen con gobiernos que son fuertes en sus actuaciones y hacen lo correcto, a pesar de que no sean lo suficientemente populares. Angela Merkel logró mantenerse en el poder y pasarlo democráticamente a Olaf Scholz, puesto que, sin caer en excesos populistas, mantienen un gobierno que busca hacer lo correcto y no cumplir con cuotas.

La historia se repite en forma pendular y hoy es claro que existe una fascinación por los gobiernos populistas. Sólo queda esperar que estos dirigentes no logren llegar a los extremos siniestros que han llegado a tener en la historia.

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