Regresó el tapado

De un lado están los que hacen cuentas guiados por la pasión y no por los datos; del otro, esperan un milagro.

Hemos comentado en esta columna cómo en los países de América Latina existe una propensión a reactivar políticas que ya fracasaron en el pasado porque el líder ahora sí plantea nuevas soluciones, aun cuando se trate de un político que ya fue rebasado por los hechos.

Esa creencia ingenua de que ahora sí aquel que falló lo hará bien; que los errores y vicios del pasado podrán convertirse en virtudes por una forma de milagro; de ese realismo mágico que tanto ha contaminado nuestra región. Ése que nos hace creer que estamos en medio de una novela del gran Gabriel García Márquez.

No existen más razones que el anhelo, ese echaleganismo que lo mismo lo vemos en el futbol que en la vida diaria y del que, desgraciadamente, la política no podría ser la excepción.

En México, hemos dejado atrás el tiempo en el que se cree que el gobierno en turno tendrá todas las respuestas o que nos llevará rotundamente al fracaso.

En estos días se vive la normalización de esta administración y la mayoría ya comienza a tener los ojos puestos en quién será el siguiente.

En un extremo de la ecuación se encuentran los que creen que Morena se irá del gobierno federal en 2024 y hacen cuentas mucho más guiadas por la ilusión que por datos concretos. Sí, una candidatura de unidad y, mejor aún, que represente un gobierno de coalición podría parecer el camino ideal para México.

Pronto cae la ilusión cuando sus mismos promotores ven que personajes rechazados del partido en el gobierno podrían ser la solución. Realmente no suena muy lógico pensar que Ricardo Monreal o Marcelo Ebrard pudieran ser la opción para quienes no están de acuerdo con el actual gobierno.

Otros más esperan que las dirigencias de los partidos políticos logren un verdadero milagro, como el que siguen esperando muchos venezolanos.

Entre las muchas razones que explican que Nicolás Maduro siga en el poder de aquel país es por la falta de unión de los opositores, quienes parecen más ocupados en sus parcelas que en ver el bien común.

Este fenómeno se está repitiendo en la política mexicana. Con gran frecuencia, el PAN, el PRD y el PRI hablan de una gran alianza opositora en torno a Va por México; sin embargo, los aspirantes a candidatos de todos estos partidos inician la conversación diciendo que les gusta esta unión siempre y cuando sean ellos quienes la encabecen.

Así no van a llegar muy lejos, ni en la mente de los electores y mucho menos en sus deseos de voto.

Propiciado desde la Presidencia de la República, en Morena se vive un verdadero periodo electoral, en el cual demuestran que la unión entre ellos tampoco es una divisa con mucho valor y cada uno de los contendientes hace lo que su imaginación le permitirá, primero, tener el favor del verdadero líder de su partido y convertirse en su sucesor.

Parten de una base, propia del priismo de la década de los años setenta y ochenta, que aquel quien sea destapado como corcholata será automáticamente el presidente. Lo cierto es que las traiciones y los actos ilegales de campaña se irán haciendo cada vez más evidentes y graves.

Sin embargo, quienes hoy contienden por la candidatura del partido oficial realmente no plantean, hasta el momento, ninguna idea de futuro. Muchos de ellos ofrecen la continuidad de un proyecto que está muy lejos de ser el que requiere el país.

Proponen que, si ganan ellos las elecciones, el país seguirá en el estado en el que se encuentran las cosas.

Es una oferta muy mediocre que sólo se explica por el servilismo.

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