Priorizar la experiencia
No, no es por Quirino Ordaz Coppel, Pedro Salmerón o Jesusa Rodríguez. O sí. El meollo es convertir el arte de la diplomacia en un estante para esconder lo impresentable o una vitrina para, ¿premiar los favores? Muchas veces en este espacio he aplaudido la labor de ...
No, no es por Quirino Ordaz Coppel, Pedro Salmerón o Jesusa Rodríguez. O sí. El meollo es convertir el arte de la diplomacia en un estante para esconder lo impresentable o una vitrina para, ¿premiar los favores?
Muchas veces en este espacio he aplaudido la labor de Marcelo Ebrard y el presidente López Obrador en materia de política exterior: el T-MEC, la relación bilateral con Estados Unidos y el liderazgo en América Latina. Han logrado el equilibrio entre una política exterior de principios y una pragmática.
Por las vueltas del destino, trabajé por siete años en la cancillería mexicana. Por la naturaleza de mis funciones, el trato con embajadores, cónsules y personal del Servicio Exterior Mexicano fue la constante.
Es por ello que el abuso en las designaciones de personal diplomático bajo el “Artículo 7” me resulta indignante. Todos conocemos la frase “el primer acto de corrupción de un funcionario público es aceptar un cargo para el que no está preparado”.
Usaré de ejemplo el caso de Pedro Salmerón (por los reflectores que atrajo) como embajador en Panamá. Dejemos de lado los señalamientos en su contra. Sólo mencionaremos su perfil profesional. El señor Salmerón, dicen quienes le conocen, es un brillante historiador, autor de varias obras, en su mayoría relacionadas a la historia de México.
¿Qué va a hacer un historiador como embajador? ¿Por qué no como líder supremo del Instituto Nacional de Antropología e Historia? ¿O el artífice de los planes de estudio de la SEP en historia de México?
Hay que destacar que no es una práctica exclusiva de esta administración y, mucho menos, nueva. Recordemos que el impresentable agresor sexual de Andrés Roemer (y con toda intención omito llamarlo “presunto”) fue premiado como cónsul en San Francisco y, después, nos llenó de vergüenza en la representación de la UNESCO, en París. Sí, premiado por Enrique Peña Nieto. Un prófugo, agresor sexual, disfrazado de diplomático por la caricia presidencial. Y, ¿cómo justificar el nombramiento como cónsul en Milán, Italia, de la extravagante procuradora Marisela Morales?
Por otra parte, el siempre excéntrico Vicente Fox lanzando máximas y críticas a la política exterior de la 4T. Siempre tan carente de autocrítica. ¿Creerá que nuestra limitada memoria olvidó nuestra vergüenza nacional por el episodio “comes y te vas” contra Fidel Castro? Ya hubiera querido Vicente Fox tener la maestría actual para estar bien con Dios y con el diablo. Ni en su más perversa fantasía podría manejar ser el best friend de Donald Trump, luego, de Biden, liderar la CELAC y recibir con bombo y platillos a Miguel Díaz-Canel.
Los embajadores de carrera son profesionales que pasaron más de 30 años trabajando en la materia, empiezan de agregados administrativos y ascienden en el escalafón por méritos. Dentro de esos méritos se incluye el cambiar de adscripción por las rotaciones. Unos años gozar, tal vez, de París o Chicago y, en la siguiente misión, vivir en la nada glamurosa Nairobi o San Pedro Sula.
¿Por qué despreciamos a esos profesionales que entregaron su vida para representar a México en el exterior? Que —en muchísimos casos— sacrifican a sus propias familias con los cambios de residencia. ¿Por qué suponer que no se necesitan años de experiencia en la materia en derechos humanos, derechos internacional público y privado, tratados internacionales?
Simplemente no es la labor de un historiador o de un exgobernador y sí es un claro desprecio a nuestros expertos en relaciones internacionales.
