Preguntas correctas
El ser políticamente correcto se ha convertido en un espacio para la sinrazón.
Está pasando en torno a nosotros una larga cantidad de acontecimientos que deben movernos a una reflexión profunda para no quedar atrapados en la resaca que provoca la inmediatez con la que los focos de ocupación suelen cambiar en los tiempos actuales.
Durante décadas, las condenas por actos de pederastia perpetrados por miembros de la Iglesia católica han ocupado el foco de atención sobre estos aborrecibles abusos. En algunos momentos, la narrativa ha creído que ese mal proviene únicamente de esta religión y tienden a idealizarse otras profesiones de fe.
Sin embargo, ante las aterradoras imágenes del Dalái Lama abusando de un menor en un acto público, hay quienes han reaccionado con estupor. En un lado están aquellos que eligen creer la versión según la cual se trató de un juego inocente, como lo señaló oficialmente el líder religioso. Muchos más lo ven como el uso aberrante del poder por parte de un adulto en posición de poder.
La toma de postura ante un hecho u otro depende de las ideas preconcebidas. Para los seguidores de Donald Trump, el gobierno de Estados Unidos está violando la ley para impedir que este hombre esté en la boleta, y sus detractores están convencidos de que se trata de una mínima acción para cumplir con la ley.
Preocupa también el radicalismo con el cual se toma partido. En ese caso, los seguidores de uno y otro reducen a los que consideran adversarios bajo descalificaciones que casi nunca están sustentadas en hechos, sino en insultos que, entre más graves, parece que tienen mayor efectividad.
El ser políticamente correcto se ha convertido en un espacio para la sinrazón. Defendiendo ideas como la libertad de expresión se cometen actos totalmente en contra de ella y tienden a justificarse barbaridades.
La nadadora Riley Gaines ha hecho muy fuertes discursos en los que se queja de que no sólo es obligada a competir en contra de nadadoras trans, como Lia Tomas, sino a compartir el vestuario con ellas, a pesar de que mantienen los rasgos que le distinguen como parte del género masculino.
Hace unos días, Gaines fue agredida por miembros de la comunidad trans cuando daba una plática en la universidad estatal de San Francisco. La intolerancia del grupo que equipara su lucha a la que vivieron las comunidades negras en aquel país fue extrañamente aplaudida por la universidad, hablando de su derecho a la libertad de expresión.
La posición radical y beligerante no permite llegar a una decisión seria e informada sobre la mejor manera de encarar esta realidad. En algún punto están aquellas acciones prácticas que, por ejemplo, han descalificado a deportistas, como la boxeadora transgénero Imane Khelif, quien fue eliminada de una competencia por tener niveles de testosterona excesivamente altos.
¿Qué derecho está por encima del otro? Por un lado, debe reconocerse a las personas a percibirse como mejor les parezca, como un proceso adulto de identificación personal; sin embargo, ¿cómo establecer el derecho a quien se percibe del mismo género según el cual nació y esto le provoca dificultades en su realización personal?
Tristemente, parecería que el excesivo radicalismo no va a permitir a esta generación llegar a soluciones que permitan un mundo en el que todos tengamos lo que deseamos respetando a los demás.
