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Pensar fuera de la caja

Kimberly Armengol

Kimberly Armengol

Rompe-cabezas

 En un corto video puede verse a un hombre gritarle a Ted Cruz dentro de un restaurante. No alcanzan a comprenderse los argumen­tos, palabras sueltas y un poco más. Se oye imprecarlo sobre la matanza en Uvalde.

El senador de Estados Unidos, quien unas horas antes había dicho ante la NRA que el control de armas no necesariamente dismi­nuiría las matanzas, lo mira con las manos en los bolsillos. Cuando el personal de segu­ridad del establecimiento retira al ofensor, Cruz extiende la mano en señal de despe­dida; regresa a su asiento para seguir con su comida.

Esta imagen describe con gran perfección lo que ocurre con el debate de las armas. En un lado, los defensores a ultranza de la segunda enmienda a la Cons­titución de Estados Unidos que permite el uso y la portación de cualquier tipo de armas. En las antípodas, los que conside­ran que ahí está la raíz de las matanzas.

Ninguna de las partes escucha.

A unos días de la más re­ciente masacre en Texas, el entrenador de los Warriors usa la conferencia previa al partido final de la conferencia este de la NBA, en Dallas, para gritar —con lágrimas— que está cansado de oraciones y plegarias; que llegó el momento de la acción, pues basta de ser rehenes de un pequeño grupo de senadores quienes no legislan sobre el control de armas.

El gesto es tan conmovedor como vacío, puesto que no se habían anotado los prime­ros puntos de ese partido cuando ya había sido olvidado, como los gritos de desespe­ración de aquellos quienes abogan por un mayor control de armas.

Sus voces chocan contra un muro que tie­ne como argamasa afirmaciones como las de Donald Trump, que resume: “Para evitar una matanza por un mal hombre armado, se requiere un buen hombre armado”.

La discusión lleva demasiado tiem­po estancada. Tiene un brote cuando al­guien, siguiendo ideas raciales, políticas o personales, decide tomar un arma y acabar con la mayor cantidad de vidas posible.

Es locura pura y dura. Es gente que aco­moda cualquier ideario como un pretex­to que le impulsa a realizar cualquier acto antisocial.

Las armas no son intrínsecamente buenas o malas. Naciones como Israel —donde inclu­so son promovidas por el propio gobierno— no padecen de masacres. Canadá tampoco es una nación que padezca de masacres.

Qué decir de México, donde supuesta­mente están reguladas las armas para que casi es imposible su tenencia y portación, pero que se cometen crímenes violentos con ellas, los cuales llevan a esta adminis­tración a tener el deplorable registro de una muerte violenta cada 15 minu­tos en promedio. Cifra que de­berían repensar antes de hacer cualquier señalamiento a los tiroteos en Estados Unidos. ¡Un poquito de autocrítica, señores!

NORMALIZAR LO INADMISIBLE

El temor debe ser la normaliza­ción de las masacres, creer que así nos toca vivir y que es sufi­ciente con pedirle a la deidad que no seamos víctimas noso­tros o nuestros seres queridos.

Cuando Marcelo Ebrard, desde su tro­no en la Secretaría de Relaciones Exteriores, hablaba con horror sobre de la masacre en Uvalde, se había cometido, en Celaya, el ase­sinato de 11 personas dentro de un bar. Masa­cres que suceden cada semana en este país, ¿cómo se atreven a opinar de otros temas?

El asunto no son las armas, sino la nor­malización de la violencia. Este fin de se­mana, el presidente Andrés Manuel López Obrador justificó que un grupo de personas armadas establecieran un retén en el trián­gulo dorado.

Llegó el momento de pensar diferente. Que las grandes mentes piensen fuera de la caja. Que rompan los paradigmas que du­rante tantos años han dominado la discu­sión. Un objeto no es intrínsecamente bueno o malo, pero sí el uso que se hace de él.

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