Chile se unió a la amplia lista de países latinoamericanos que decidieron dar la espalda a los gobiernos progresistas: Argentina, Ecuador, Paraguay, Bolivia, República Dominicana, El Salvador y, parece, Honduras. Ninguno de estos cambios sucedió de un momento para el otro ni fue un cambio ideológico o generacional.
No se podría entender este viraje latinoamericano a la derecha sin comprender que el electorado está harto de que las promesas de los gobiernos progresistas o de centro izquierda o izquierda o como quieran llamarles no traduzcan sus banderas en resultados tangibles para el ciudadano de a pie. Su discurso nunca se materializó en seguridad, empleo, orden o mejoras sustanciales en la vida cotidiana.
La mayoría de los gobiernos progresistas latinoamericanos quedaron atrapados entre las promesas transformadoras de un renacer regional y los resultados limitados e inalcanzables y, eso, fue el abono perfecto que permitió a la derecha presentarse como la única alternativa posible. Como claro ejemplo tenemos a Nayib Bukele en El Salvador; los ciudadanos votaron masivamente por un líder que prometió seguridad frente al caos, aunque eso implique retrocesos en materia de derechos humanos o erosionar la democracia. Otra vez, resultados tangibles.
¿Entendieron el truco?
Parece que las derechas radicalizadas en América Latina, Estados Unidos y Europa comparten un secreto y es dejar las homilías de lado. Ya no se enfrascan en discursos infinitos sobre la pérdida de valores, el regreso al pasado o lecciones moralizantes. Sólo tienen que invocar a los nuevos jinetes imaginarios del Apocalipsis: inflación, migración, seguridad, estancamiento económico y caos. La bandera constante es el miedo a la inseguridad en todas sus formas. Millones que lucharon históricamente contra el autoritarismo hoy prefirieren canjearlo por la sensación de seguridad y certeza. Menos ideología y más resultados.
Un ejemplo claro es José Antonio Kast en Chile. Perdió las elecciones de 2021 frente a Gabriel Boric; en ese entonces abiertamente afirmó su afinidad ideológica con Pinochet, su profundo catolicismo y defendía políticas en contra del aborto y los derechos de la comunidad LGBTIQ+. En esta ocasión, eliminó la ideología de su discurso, evadió los cuestionamientos polémicos y se enfocó exclusivamente en seguridad y migración. Kast prometió expulsiones masivas, militarización, seguridad y tipificar la migración como un delito a la usanza de Donald Trump, Javier Milei o el mismo Nayib Bukele. Promesas fáciles difíciles de cumplir.
Lo sucedido en Chile tiene que ser una advertencia para la región y el mundo, el electorado no tiene paciencia para proyectos a largo plazo, quiere certezas. El miedo, el enojo y el abandono pueden ser más decisivos que la fe en los comicios.
POST SCRIPTUM
Gracias por su compañía en este 2025. Nos vemos el próximo 7 de enero con la certeza de un mejor futuro para todos.
