Miserables
Si la cifra de feminicidios es lacerante en nuestro país, tendríamos que analizar los transfeminicidios.
No encuentro palabras para expresar la indignación en torno a la muerte del magistrade Ociel Baena. No se necesita que la causa de muerte fuera un crimen de odio para que aflorara lo peor de este país. Era suficiente leer los comentarios en redes sociales en relación con su muerte; desde burlas por su forma de hablar y vestir hasta individuos que creen que merecía morir por su identidad de género. ¿Qué clase de miserables somos?
Si la cifra de feminicidios es lacerante en nuestro país, tendríamos que analizar la situación de los transfeminicidios. México es el segundo país en América Latina (sólo detrás de Brasil) con más crímenes de odio (homofobia, lesbofobia, transfobia y bifobia). A pesar de que los avances legislativos son muchos, como el matrimonio igualitario, la identidad de género y la criminalización de la discriminación, la violenta realidad para los miembros de la comunidad LGBTIQ+ es inaceptable. La Ciudad de México es la única entidad en el país que desagrega los casos de feminicidios de las mujeres trans, cuya esperanza de vida es de 35 años frente a los más de 77 del resto de la población. ¿Por qué? Por la discriminación, la violencia y la falta de acceso a servicios de salud dirigidos a la población trans.
No sólo son los homicidios y la discriminación, las personas trans son tres veces más propensas a vivir acoso, dos veces más proclives a ser excluidas de eventos sociales, ser objeto de burlas o recibir golpes o amenazas por su identidad. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación 2022, cuatro de cada diez personas con diversidad sexual y de género han sido víctimas de discriminación. El 63.5% de las personas LGQBTIQ+ (más de tres millones de ciudadanos) cuentan con empleo, pero más de la tercera parte de ellos padecen agresiones, violencia o discriminación en sus centros de trabajo. Claramente estas condiciones impactan en la salud física y mental, el 60% de las personas que se identifican como LGQBTIQ+ padecen ansiedad o depresión.
Las violentas y peligrosas condiciones en las que vivimos (o sobrevivimos) las mujeres, los niños, la comunidad LGQBTIQ+ ponen en evidencia el primitivo estadio de civilización en el que nos encontramos. Mientras en los países nórdicos la operación de reasignación sexual es considerado un tema de salud pública y se atiende con gratuidad, aquí lo seguimos considerando como una cirugía estética.
La muertes de Ociel Baena y Dorian Herrera nos recuerdan lo miserable que puede ser la sociedad mexicana con aquellas personas que salen del molde de las películas de Pedro Infante, donde una persona no binarie y su entorno se convierten en un chiste y, por ende, algo que no merece seriedad o la atención que se le daría a otra persona que entra en la heteronorma.
Mientras la sociedad siga llorando por el resultado de un partido de futbol y celebrando el asesinato de una persona que sólo era quien quería ser, seguiremos destinados a vivir entre el fango de la indiferencia.
El sistema binario marcado por la heteronorma asesina diario a personas LGBTIQ+ y se requieren políticas públicas, impartición de justicia y castigos ejemplares para revertir esta miseria.
