Más fanáticos

Parece que en el mundo se hace un guiño a líderes autoritarios y salvajes. Con gusto los reciben y les son leales.

Una pregunta válida que crece con el resurgimiento del neopopulismo en muchas regiones del mundo es determinar si se trata de un bache en la historia o si es una regresión del crecimiento de la humanidad. Cada día se pierde más la conciencia social ciudadana y éstos se convierten en una suerte de fans de sus líderes. Hordas de fanáticos seducidos por nefastas personalidades.

Es fácil caer en el supuesto de que nuestra generación se encuentra en un estadio superior a la anterior y que la historia es una línea ascendente; sin embargo, los hechos se encargan de mostrar, una y otra vez, que la realidad es que la humanidad vive en una línea de tiempo que más parece a una montaña rusa que una escalera.

Después de los populismos salvajes que causaron la Segunda Guerra Mundial o que azotaron América Latina durante la década de los años 70, la llegada de corrientes democráticas y concentradas en el ciudadano (cuyo clímax fue la administración de Barack Obama), parece que en el mundo se hace un guiño a líderes autoritarios y salvajes. Con gusto los reciben y les son leales.

En ciertas latitudes está Daesh, que manipula una religión con el pretexto para cometer actos aberrantes contra sus mismos pobladores o líderes, como Vladimir Putin o Recep Tayyip Erdoğan, quienes controlan con mano de hierro Rusia y Turquía, respectivamente, en América también se están dando una gran cantidad de ejemplos.

Como si se tratara de una repetición del intento de golpe de Estado que organizó

Donald Trump tras perder las elecciones, el fin de semana pasado se registró un intento similar en Brasil por parte de las huestes de Jair Bolsonaro.

En lo que parece una recreación del intento de toma del Capitolio en Estados Unidos, los seguidores del derrotado en las elecciones trataron de tomar el Congreso y la administración de Brasil. Mucho más allá de las similitudes, se habla de una nueva forma de interpretar la política por parte de los neopopulistas. Creen que, si tienen la mayoría de los votos, la democracia funciona; si no la tienen, deben recurrir a actos vandálicos para trastocar el libre curso de la democracia. No sería difícil ver muchas más situaciones similares en el futuro cercano.

No es posible abstraerse a lo que en México ha venido haciendo Morena para debilitar al INE, parecería que si no tienen los votos suficientes en las urnas podrían buscar caminos similares a los que han seguido, hasta el momento, los impresentables seguidores de Trump y de Bolsonaro.

POST SCRIPTUM

A juzgar por las primeras reacciones del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, a la visita de los mandatarios de Estados Unidos y de Canadá, no sería un encuentro de primer nivel entre mandatarios, sino una suerte de hechos anecdóticos.

Que si Jill Biden fue a prender una veladora a la Basílica de Guadalupe o vio un partido de tochito; que, según la versión de López Obrador, su homólogo de Estados Unidos se impresionó con el AIFA o los graves trabajos que pasó el presidente de México para dar la bienvenida a Justin Trudeau y luego iniciar una reunión con Biden.

Parecería, al menos por estas reacciones, que el gobierno mexicano estaría buscando evitar hablar sobre los elefantes en la sala y hacer creer que esto se trató de una buena reunión.

Temas como migración, el tráfico de drogas y de personas y las diferencias dentro del T-MEC son los que, al final de cuentas, marcarán el resultado de esta reunión. Los hechos anecdóticos, buenos o malos, no implican en ningún sentido la resolución a los problemas de una relación verdaderamente compleja y asimétrica entre estas tres naciones.

Ojalá que no sea como muchas de esas reuniones en las cuales quedan algunas anécdotas para los periodistas que hacen crónica de color y un sentimiento de los mandatarios acerca de que se cumplió la misión, aun cuando, en los hechos, no haya pasado nada. Tristemente, ésa es la ruta, puro protocolo y nada más.

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