La encrucijada afgana
El país se ha convertido en una papa caliente que nadie quiere tocar
Hace unos días, dábamos cuenta de la toma de Kabul como último reducto del gobierno promovido, apoyado y socorrido por Estados Unidos en Afganistán. Hoy, varios días después, las piezas de ajedrez se mueven muy diferente a lo que originalmente pensábamos.
Hace 20 años, para ser exactos, descubrimos que en ese país, del que sólo sabíamos por la geografía, saltó a los titulares mundiales de una forma estrepitosa y tóxicamente negativa: era el escondite de Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda y autor intelectual de los atentados contra las Torres Gemelas en 2001.
Enseguida, George W. Bush, entonces presidente de Estados Unidos, emprendió una de las más rápidas y eficaces campañas militares para castigar al autor de tan lamentable crimen, pero también para desmantelar a la organización terrorista y, si sobraba tiempo, liberar al pueblo afgano del régimen del terror instaurado por los talibanes.
Pronto, Osama Bin Laden se convirtió en la persona más buscada a nivel mundial. Su cacería era televisada y se convirtió en un reality show, tal vez el más largo
de la historia: diez años después, este espectáculo concluyó con la captura del terrorista saudí.
La llamada Operación Lanza de Neptuno era más una campaña de venganza y cuando se dio por concluida, atrás había un desastre del que poco a poco se fue desentendiendo quien lo causó.
No es un secreto que la familia Bin Laden era cercana a los intereses de Washington, tampoco que ese mismo gobierno preparó a los muyahidines para derrocar el respiro que representó a la sociedad afgana la instauración de un régimen socialista.
Como en muchos otros conflictos, Estados Unidos metió las manos, provocó un desastre y ahora se va, dejando a la deriva a millones de personas que esperan un futuro muy complicado pero, sobre todo, desesperanzador.
Hoy el país de Asia Central se ha convertido en una papa caliente que nadie quiere tocar, dado lo complicado de todos los escenarios posibles.
Por ejemplo, China y Rusia han dialogado con los talibanes, ya que, en el fondo, saben que ninguna coalición podrá realmente darle un revés a la organización, hacerlo sería un caos, por lo que su opción es sonreírle al diablo.
En Washington, Joe Biden titubea y prácticamente culpa a los afganos por el regreso del Talibán y disculpa a sus tropas con pretextos como que ya era demasiado tiempo ahí.
Mientras que Donald Trump aprovecha el momento para burlarse del presidente demócrata y llama a este momento “la más grande humillación a América”.
La realidad es que Estados Unidos ya no gana ninguna guerra, ni siquiera la guerra contra el narcotráfico y la delincuencia en su propio territorio. El Tío Sam ya no es lo que solía ser y probablemente nunca lo volverá a ser.
El mundo está indignado, nadie puede confiar en la promesa Talibán de respetar los derechos humanos, sobre todo los de las mujeres, quienes probablemente hoy ya están viendo imposibilitado su acceso a educación, un trabajo o, incluso, el poder salir a la calle solas.
