¿Ficción o realidad?
Se acumulan los fracasos en un bote que está próximo a desbordarse.
Una de las fantasías que se crearon al principio del actual gobierno de México es que Andrés Manuel López Obrador se convertiría en una suerte de aglutinador de América Latina y que el país tomaría un nivel protagónico que tuvo, en la imaginación popular, durante las décadas de los años setenta y una buena parte de los ochenta.
Esa creencia, especialmente popular durante el gobierno de Luis Echeverría, suponía que México era el gran hermano de los países de la región, en especial de Centroamérica, y se compartía un liderazgo moral con Fidel Castro y su régimen en Cuba.
La realidad es que, salvo algunas cosas verdaderamente históricas, como dar refugio a muchos grandes chilenos tras el derrocamiento de Salvador Allende en Chile, la realidad es que el gobierno mexicano más bien estuvo plegado al de Estados Unidos y se actuó siguiendo los parámetros de la Operación Cóndor.
La fiereza con la que el gobierno mexicano atacó a los grupos guerrilleros no fue menor a la que se aplicó en su momento en Chile, Argentina, Paraguay o Venezuela. Sin embargo, en México se mantuvo un discurso que se contradecía con los hechos.
El presidente López Obrador creyó que con su gobierno se recuperaría el protagonismo de México en la región, insisto, una idea sobrevaluada en el imaginario popular que hace ver como gestas históricas subordinaciones comunes.
La ilusión creció por el triunfo político de candidatos de izquierda en prácticamente toda América Latina. Se creyó que, como un acto de deseo invocado, todo el subcontinente se levantaría oyendo los ecos triunfales de las arengas de José Martí.
Para desilusión de este sueño panamericano, la realidad es otra. No existe un sueño latinoamericano en conjunto ni una sola definición de izquierda. Es difícil encontrar un punto de unión entre el nicaragüense
Daniel Ortega y el chileno Gabriel Boric. Los fracasos de México en el panorama latinoamericano se acumulan en un bote que está próximo a desbordar. Se hizo el verdadero ridículo cuando se trató de lograr la candidatura de la Organización Panamericana de la Salud para Hugo López-Gatell, que intentó patéticamente reponer una elección que no le favoreció.
El intento de presidir el BID, en el que se perdió mucho más que la candidatura de Gerardo Esquivel y que causó el desdén de Lula da Silva y el abierto desprecio de Alberto Fernández, quien usó un pretexto pueril para alejar al gobierno de Argentina de la cumbre latinoamericana, que fue un fracaso más para el gobierno mexicano.
Tuvo que cancelar la reunión de la Alianza del Pacífico con el pretexto de que al presidente Pedro Castillo no le habían dado permiso de venir el Congreso de Perú, que lo hizo horas después de la cancelación. La realidad, no había un entorno favorable para hacerlo, pues Argentina y Brasil ya se habían hecho a un lado.
Tuvo que conformarse con dos visitas de Estado. Una con el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, que pasó prácticamente desapercibida, y la de Boric, que será mucho más recordada por las anécdotas que por hechos concretos.
Quizá quedará en el recuerdo el duro discurso que hizo el presidente de Chile en el Senado de México en contra de la violencia que, fácilmente, puede ser leído como una crítica a la estrategia seguida por el gobierno mexicano.
A principios del próximo año, el gobierno está programando una reunión de mandatarios de América del Norte. Otra vez el presidente de México parecería estar calculando mal los tiempos, puesto que, en el ámbito comercial, la situación se vuelve más tensa y el discurso elogioso que mantiene López Obrador a favor de Donald Trump no auguran nada bueno.
