Entre complicidades y buenos deseos

No es casualidad que, en el marco de una de las peores matanzas contemporáneas, se conmemore el 78 aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas ONU. La organización se fundó con el objetivo de mantener la paz y la seguridad internacionales, ...

No es casualidad que, en el marco de una de las peores matanzas contemporáneas, se conmemore el 78 aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

La organización se fundó con el objetivo de mantener la paz y la seguridad internacionales, pero, casi ocho décadas después, el mundo parece estar más lejos de ese ideal y más cerca de lo que podría ser una Tercera Guerra Mundial. Conflictos como el de Oriente Medio o Ucrania nos abofetean para recordarnos que ese mundo idílico con el que la ONU arrancó no existe ni existió.

Seguimos levantándonos en armas a la primera provocación, gastando en armamento más que en cooperación para el desarrollo y, peor aún, siendo espectadores frente a una organización que se queda corta ante cualquier conflicto, violación a derechos humanos o el cumplimiento de objetivos de desarrollo.

Justo en esta conmemoración es el momento para indicar que su existencia no tiene nada de celebración. Claramente, no ha servido para detener el sufrimiento de decenas de millones de personas, sobre todo de los niños y niñas de las regiones más vulnerables del mundo.

Basta mencionar textualmente el artículo 1 de su carta fundacional para demostrar que no cumple con su objetivo: “Mantener la paz y la seguridad internacionales y, con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz”. Ninguna administración a través de los 78 años que hoy cumple la organización ha logrado el principal objetivo de la Carta de las Naciones Unidas.

En este momento, Israel y Hamás encarnizan una matanza que pone de manifiesto lo peor de nuestra especie. Y no es sólo ése el ejemplo de que la ONU no puede hacer nada. El ejemplo indignante es que el poder y el peso de la ONU no ha logrado que, a lo largo de los años, Israel deje de violar sistemáticamente las resoluciones emitidas por la Asamblea General y el Consejo de Seguridad (como las relacionadas a los asentamientos o la presencia de embajadas en Jerusalén).

Dejando por un momento el conflicto en Tierra Santa, Yemen fue otro fiasco para la ONU. Años de guerra y misiles. En la coalición militar liderada por Arabia Saudita hasta se regalaban lujosos autos Bentley a los pilotos que acertaran los blancos yemeníes. ¿El resultado? 11 millones de niños a punto de morir de hambre. Como Yemen, decenas de fracasos desde Kosovo hasta Irak.

Para mencionar la calidad moral o la corrupción dentro de la organización ya hemos analizado hasta la náusea el desastre del derecho de veto del Club de Toby en el Consejo de Seguridad, pero sobran ejemplos.

La realeza de Arabia Saudita y sus aliados chantajearon al entonces secretario general, Ban Ki-moon, para ser eliminados de la lista negra de países que cometen violaciones contra la infancia y lo lograron. Esto, a pesar de una investigación —excelentemente documentada— que exhibió que, en la guerra contra los yemeníes, los saudíes bombardearon hospitales y escuelas, siendo responsables de, por lo menos, 60% de las muertes de 1953 de niños yemeníes asesinados por bombas o misiles.

No se trata de desaparecer a la ONU y dar pauta a una nueva organización, no. Se trata de exigir el cumplimiento de sus responsabilidades, pero también fortalecerla con el fin de transformarla de una papelería burocrática y pronunciamientos vacíos a un faro de luz en medio de un sistema que se desquebraja en un nuevo orden para el que no estábamos preparados.

 

POST SCRIPTum

¡Qué asco las aspiraciones presidenciales de Samy Verástegui! ¡Tantita autocrítica!

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