En pie de lucha

No habrá independencia ni acceso a los mismos derechos mientras las mujeres sigamos siendo el sostén del cuidado del hogar.

Los principios feministas datan del siglo XVIII, cuando los franceses (y francesas) comenzaron a luchar por los ideales de igualdad y libertad. Aquellas mujeres exigían derechos de educación, trabajo, matrimoniales y el derecho al voto. Y es justo en ese momento donde surge una de las primeras corrientes feministas: el sufragismo.

A la distancia parecería poca cosa la lucha por el voto, pero en 1866 en Estados Unidos se concedía el derecho a voto a los esclavos, pero no a las mujeres. Fue hasta 1920 que el voto femenino se convirtió en una realidad en Norteamérica. Apenas, poco más de 100 años. Ni hablar del trabajo remunerado, el derecho a la educación escolarizada o cuestiones reproductivas.

La lucha femenina por el derecho al sufragio creó las luchas pacíficas e innovó las formas de manifestarse: panfletos, huelgas de hambre, encadenamientos, entre otros. Luego, decenas de movimientos continuaron con ese ejemplo. Miles de mujeres notables (desde Olimpia de Gouges, Mary Wollstonecraft, Harriet Taylor hasta Simone de Beauvoir o Clara Campoamor), cientos de hombres solidarios (p.ej. John Stuart Mill) y millones de mujeres anónimas empeñaron su vida para que hoy tengamos los derechos con los que contamos. Aseguraron para nosotras el derecho a la educación, acceder a trabajos asalariados, poseer propiedad privada o casarnos y divorciarnos. A ellas y ellos, les debemos nuestra libertad.

NUESTRA LUCHA HOY

Hoy, en pleno 2023, y con un marco jurídico que nos otorga igualdad institucional, son millones de mujeres que continúan en condiciones de opresión, violencia y dependencia.

En el camino he encontrado cientos de mujeres que consideran que las luchas feministas son cosa del pasado y que hoy en día no hay por qué pelear; consideran que cuentan —contamos— con derechos e igualdad y que quienes exigen cambios son “revoltosas” o cosas peores. No vale ni la pena la mención de los miles de hombres que tampoco entienden de qué va la lucha ni por qué sigue y seguirá.

La primera de las exigencias debe ser detener la violencia machista que se ejerce contra las mujeres en todas sus manifestaciones, desde feminicidios hasta maltrato físico y psicológico. Promover y exigir legislaciones que no revictimicen ni perpetúen los patrones de abuso.

También tenemos que luchar por el empoderamiento femenino, comenzando por la independencia financiera. Ninguna mujer sin ingresos propios y libertad económica cuenta con las herramientas y fortaleza para denunciar a su agresor si es ese mismo de quien depende su subsistencia. ¿Quién puede denunciar al hombre que la golpea si es el mismo que la mantiene a ella y a sus hijos? Si lo detuvieran, ¿ella se va a morir de hambre? La violencia se tiene que abordar desde una visión multidimensional para poderla erradicar.

Alrededor de 30% de las mujeres en México no cuenta con recursos propios. Aquellas quienes contamos con “el privilegio” de pertenecer a la población económicamente activa ganamos, por lo menos, 14% menos que los hombres.

En el mismo tenor se encuentra el trabajo doméstico o de cuidados no remunerado, más de 80% de las labores mal llamadas del hogar, o sea, los cuidados, recae en las mujeres cual si fuera un designio divino decidido por el género. Si las mujeres pudiésemos invertir todas esas horas en trabajos remunerados la realidad sería diferente.

No podemos reivindicar el papel de la mujer en la sociedad mientras no contemos con igualdad de herramientas, comenzando por salarios iguales a igual trabajo. No habrá independencia ni acceso a las mismas oportunidades y derechos mientras las mujeres sigamos siendo el sostén del cuidado del hogar.

Mientras tanto, la lucha sigue.

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