Contar la historia

El reinado de Isabel II de Inglaterra destacó por mantener la búsqueda de la integración de las naciones.

A pesar de que la distancia es muy corta como para hacer valoraciones frías y objeti­vas, sí es necesario hacer una primera valo­ración de lo que representó Isabel II para el mundo occidental.

Si se considera que más del 90% de los seres humanos no conocían el mundo sin la existencia de la reina de Inglaterra, la mo­narca debe ser valorada no únicamente por su título nobiliario o sus aportaciones a la mejor gobernabilidad de la isla y los 54 paí­ses que integran la Commonwealth of Na­tions, sino como un símbolo de la cultura popular.

Desde que tomó posesión del trono, en 1952, se caracterizó por un mandato que buscaba la integración de las naciones. No se vinculaba directamente con la política, sino que mostraba la solidez y la grandeza que podría tener como pueblo.

Hace unos días, el periódico inglés Financial Times reme­moró la vinculación econó­mica de la reina Isabel II con un país que se recuperó de las tragedias de la Segunda Guerra Mundial y que tuvo que enfren­tar durante su administración nueve crisis económicas, en las que siempre dejó a los primeros ministros conducir los destinos nacionales con el respaldo ins­titucional de la mandataria.

Se recuerdan pocas veces en las cuales interviniera directamente en cuestiones po­líticas. Quizá, una anécdota poco conocida, es que el día que el gobierno de Argentina invadió las islas Falkland, también conoci­das como Malvinas, la reina se encontraba en una cena junto con la primera ministra.

Margaret Tatcher recibió una nota que leyó y puso por debajo del plato. La reina le preguntó si había algo de lo que debía ente­rarse, a lo que la primera ministro le respon­dió que había un grupo tratando de quitarle un pedazo al imperio.

En la última parte de su vida, se convirtió en un personaje verdaderamente cercano a la población, un poco por diseño institu­cional, como participar en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2012, junto con el actor Daniel Craig, conocido por su pa­pel como James Bond, o en la película Paddington, donde la soberana convive con el oso de felpa.

Y otros porque se ventilaron asuntos de índole netamente familiar, como el divor­cio de su hijo Carlos de Diana Spencer y el triángulo en el que también participó la reina consorte Camila Parker. Así como, más recientemente, los desplantes de su nieto Enrique y su esposa Meghan Markle, quienes abrieron una gran distancia con la monarquía.

La vinculación de su hijo Andrés con el depredador sexual Jeffrey Epstien, quien, si bien nunca fue imputado legalmente, dejó una marca en la reputación de la casa real de Inglaterra.

Así como una muy larga lis­ta de series de televisión y pe­lículas en las cuales se hicieron biografías de su vida. De he­cho, la serie The Crown sigue en proceso de grabación.

Todas estas historias contri­buyeron de una manera muy importante a que la reina Isabel II deba ser vista como una pie­za fundamental en la historia del siglo pasado y el principio de éste, y un vínculo con la población.

Sin caer en ridículos sentimentalistas como aquellas conductoras mexicanas que rompieron en llanto al hablar de la muerte de la mandataria inglesa como si hubieran perdido una parte fundamental de su fami­lia, es justo precisar que la figura de la reina es una parte fundamental de la vida de la humanidad actual.

POST SCRIPTUM

Como se esperaba, el presidente Andrés Manuel López Obrador designó al canciller Marcelo Ebrard como su representante en los funerales de la reina Isabel II. Sin entrar en mayores detalles, es necesario establecer que este gobierno ha hecho del ostracismo una forma de gestión.

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