Con la frente en alto
Alguien a quien admiro solía decirme: “Caminamos con la frente en alto porque la mierda nos llega hasta el cuello”, y es cierto. Usted y yo, los míos, los suyos y los nuestros volteamos a otro lado para soportar el hedor en el que estamos inmersos. Bastaría ver los ...
Alguien a quien admiro solía decirme: “Caminamos con la frente en alto porque la mierda nos llega hasta el cuello”, y es cierto.
Usted y yo, los míos, los suyos y los nuestros volteamos a otro lado para soportar el hedor en el que estamos inmersos. Bastaría ver los titulares de cualquier periódico para darnos cuenta de que no evolucionamos. Sólo sofisticamos el salvajismo.
Deberíamos no poder contener el horror o, por lo menos, la capacidad de asombro ante la barbarie indigna de la condición humana que ocasiona el gobierno de Vladimir Putin al pueblo de Ucrania. Deberíamos no poder retener la comida en el estómago de ver las imágenes que nos presenta la televisión. Superan cualquier ficción en pleno siglo XXI.
Nos quedamos con una minidosis de salvajismo y preferimos concentrar nuestra atención en el movimiento de los mercados, los discursos de políticos que, desde la comodidad de sus oficinas, en las Naciones Unidas, pontifican, crean comités, y llegamos al extremo de creer que las resoluciones huecas como campanas sin badajo son lo que terminará con los horrores de una guerra que sigue deshumanizando a la sociedad. Seguimos fincando nuestras esperanzas en organismos internacionales que reiteran su inutilidad. O, tal vez, concentramos nuestra atención en la retórica de estas figuras de ornato para no morir de realidad.
La tecnología nos permite apreciar en tiempo real los bombardeos y el abuso en ataques a instalaciones civiles y, tal vez, ese mismo acceso a la información ocasiona que perdamos la capacidad de asombro. Vemos síntesis de cinco minutos (o menos) de la degradación humana y pasamos al siguiente tópico. Nada tenemos que ver con esa sociedad hipercrítica que terminó con la Guerra de Vietnam por la indignación de no perder de manera estéril a una generación.
Decidimos normalizar. Esperar que únicamente por la vía diplomática Putin decida deponer sus intenciones expansionistas y todo vuelva a la normalidad. Terminar, en menos de una década, recordándolo sólo como una referencia geopolítica. Mientras los muertos no sean nuestros, mientras no sintamos el exilio o la orfandad de cerca, podemos seguir caminando con la frente en alto ignorando la mierda.
Ésta, como todas las guerras, nos recuerda que la humanidad no ha cambiado nada desde la época del primer homo sapiens. Lo que sí se ha modificado es la capacidad letal de las armas y el cinismo de quienes —desde un receptor de televisión— fingimos estar horrorizados cuando, en el fondo, damos gracias al creador por no ser parte de la tragedia, apagamos con un botón el dolor y nos vamos a dormir en paz.
POST SCRIPTUM
Debemos poner mucha atención a las narrativas engañosas. Un mismo hecho puede ser visto de maneras diametralmente opuestas por dos bandos en la política. En los últimos días, vemos cómo la misma decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación puede ser vista como una derrota o victoria para el gobierno actual. El acomodo de la realidad a discreción en su máxima expresión.
Lo mismo sucede con procesos como el que se vivió el fin de semana con la revocación de mandato. Se tratan de hacer símiles, pero se toman puntos de comparación diferentes y, a partir de ahí, se tratan de inferir paralelismos que poco o nada tienen que ver con la realidad.
Son falsas las afirmaciones de que vivimos un tiempo de tramposos. Es mucho más probable que estemos viviendo en tiempos confundidos, en los que cada vez más personas están utilizando una óptica que no se fija en los hechos, sino que éstos se apeguen a visiones preconcebidas de la realidad.
Hoy, más que nunca, no vemos las cosas como son, sino como quisieran que fueran. Nos parecemos más a fanáticos de una secta que a seres pensantes.
