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Aferrados al pasado

Kimberly Armengol

Kimberly Armengol

Rompe-cabezas

¿Qué les sucede a nuestros pueblos latinoa­mericanos que nos cuesta tanto trabajo su­perar el pasado y poner los ojos en el futuro?

Si hacemos una revisión de los comicios en la región, fácilmente encontraremos ese gen que nos lleva a estar aferrados a un pasado que jamás será mejor que la posibilidad de construir un futuro con base en los aprendi­zajes, positivos y negativos, que hemos ve­nido acumulando durante décadas de vida institucional.

Preferimos romantizar lo que debió haber sido con la convicción de que en una nueva oportunidad todo resultará a la altura de los sueños que tuvieron nuestros antecesores, puesto que ellos sí sabían lo que requeríamos, pero no se logró debido a una serie de eventos desafortunados.

El movimiento que llevó a Hugo Chávez al poder en Ve­nezuela se conocía como el socialismo del siglo XXI. Una contradicción que trataban de justificar argumentando que se había aprendido de aquellos errores que se cometieron y no se repetirían.

El resultado de este movi­miento son Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. Poco hay que argumentar sobre la actividad de ese par de impresentables, quienes han sumido a sus na­ciones en la ignominia.

Pero esa nostalgia se aferra en el ADN de Chile que se pregunta si Gabriel Boric es el nuevo Salvador Allende sin detenerse a con­siderar que ese gobierno tenía mucho de ro­manticismo y poco de efectividad. Su gestión resultó en algo mucho peor como la dictadura de Pinochet al que todavía algunos extrañan en aquel país.

Los argentinos aún no pueden trascender a Evita Perón, quien con su fantasmal presencia encabeza un movimiento que se ha ido de­gradando en la medida en que los líderes del momento lo van requiriendo para ajustarse a realidades nuevas con respuestas antiguas.

Cristina Fernández no ha desaparecido del plano electoral a pesar de su evidente fracaso como gobernante, el cual unos días la tiene con un pie en el presidio y otros en la pantomima escenificada con el presunto aten­tado que se cometió en su contra.

Hay en el electorado argentino quienes su­ponen que ella podría tener respuestas a la situación de su país. Imaginando por un mo­mento que fuera cierto el caso, ¿por qué no lo hizo como primera dama?

Y si vemos el resultado de la primera vuelta en Brasil. Se trata de la contienda entre dos personas que ya han tenido oportunidad en el gobierno y que han fracasado; han llevado a su país a diferentes crisis electorales, pero aun así siguen presentándose a las elecciones, profundamente polarizadas, como si fueran opción. Como si la alternativa fuera una ree­dición del pasado que en todos los casos no ha funcionado.

Una frase común es decir que resulta absurdo seguir haciendo las cosas de la misma manera y esperar resultados diferentes. Es lógico suponer que ante quien gane los comicios en Brasil ten­drá políticas muy similares a las que ejecutó en el mando, di­cho de otro modo, destinadas al fracaso.

Uno de los agravantes de esta situación es que quienes regresan no lo hacen para en­mendar los problemas del pasado, partir de su experiencia para solucionar lo que no fun­cionó y tener una mejor posibilidad de crear un mejor futuro para los habitantes de sus países.

Regresan con el ímpetu de la venganza, hacer que aquellos quienes los enfrentaron paguen y de ahí que sea muy común ver a sus antecesores en problemas de prisión; no re­gresan a corregir, sino a mantener lo que ya les fracasó, porque, por algún acto del realis­mo mágico ahora sí funcionarán sus políticas fallidas.

No se trata de administradores públicos, sino de eternos candidatos que no pueden con la responsabilidad del presente y, por eso, sólo saben provocar una asquerosa mezcla entre la venganza y que ahora sí todo será diferente.

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