Adaptarse o morir

Podría parecer contrario a lo que se define como políticamente correcto esa hipersensibilidad exacerbada por las redes sociales que nos ha vuelto como una sociedad macarra de la moral, pero no deja de impresionarme ver el desarrollo de covid y el impacto que tiene en diferentes tipos de personas.

No deja de ser maravilloso el milagro de la vida. Un virus que muta con una gran rapidez en una muestra de evolución acelerada, frenética, que parece que va de semana en semana.

En números cerrados, el coronavirus se convirtió en una pandemia hace prácticamente dos años y ha tenido una gran cantidad de variaciones que, al parecer, la han convertido de una enfermedad con gran letalidad a una que –poco a poco– se está pareciendo a las gripes con las que convivimos históricamente los seres humanos.

Si recurrimos al palacio de la memoria cercana, recordaremos que, en la primera oleada de covid-19, los muertos se contaban por miles en prácticamente todo el mundo. Hoy, en la cuarta ola, categorizada por la variante ómicron, encontramos que parece más una gripe, lo que la hace mucho más contagiosa, pero no ha saturado ni los panteones ni los centros de salud.

Si queremos destacar lo positivo, está la increíble capacidad de nuestros científicos para ir desarrollando vacunas y, en las últimas semanas, medicamentos. Así como la capacidad de distribuirlos. También podemos elegir el vórtice de señalar que no hay distribución justa, que los niveles de vacunación en las naciones más pobres son insultantes o establecer la obra de titanes que se ha logrado.

Dicen que las pruebas no forjan el carácter, sino que lo revelan: hemos visto a congéneres sumidos en la depresión y calculando cuáles son los daños permanentes que les quedarán a los suyos; hacen recuentos de daños reales o supuestos utilizando gafas caliginosas. En la otra se ha visto una humanidad que tiene la fortaleza de lucha y transformación que es fundamental para el crecimiento de nuestra civilización.

Los héroes que dan batalla en la primera línea o los que han puesto su empeño en crecer y fortalecerse.

Me niego a creer que después de esta pandemia nacerá un nuevo ser humano, veremos un nuevo amanecer o seremos la versión 3.0. Seremos, sin embargo, los mismos de siempre con nuestras virtudes, vicios y defectos; pero siempre quedará el pendón muy alto de la capacidad evolutiva de la humanidad.

Sin embargo, siento una especie de fascinación de ver cómo en un lapso verdaderamente corto, hemos vivido la gran capacidad evolutiva de un virus y la de adaptación y supervivencia del ser humano.

No cabe duda que siguen vigentes las palabras de Charles Darwin en el sentido de que la especie que prevalece no es la más fuerte o más grande, sino la que tiene mayor capacidad de adaptación.

DE COSMOVISIONES

Recordemos las imágenes (con incredulidad y vergüenza) de la verbena electoral en el Zócalo o el evento de Reyes Magos en el Monumento a la Revolución, ahora lo invito a ver en redes sociales el tipo de pajareras en donde aíslan completamente a los contagiados en China.

También habría que revisar cómo en Hong Kong es prácticamente encarcelado cualquier portador del virus, sin dar más explicación de que presentan un riesgo para la sociedad.

Dos cosmovisiones en el mismo periodo del mismo problema. Seguro alguien con ojos ajenos a nuestras realidades consideraría al primero un país de salvajes, en un estadio muy primitivo de civilización con celebraciones tribales y, al segundo, como un estado represor distópico.

POST SCRIPTUM

Prácticamente al ser la única democracia del mundo que avala al gobierno de Nicaragua, la diplomacia mexicana está caminando por una línea verdaderamente complicada. Por un lado, toman una posición selectiva en la aplicación de la Doctrina Estrada y, por el otro, generan tensiones con otras democracias.