¿A dónde va el mundo?

La influencia de EU va en descenso.

Durante la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos, después de muchos años, se movió hacia una política exterior mucho menos activa que las de sus antecesores.

Los enemigos eran los de afuera, los que intentaban a toda costa minar el american way of life y todas las bondades.

Los migrantes, México, Centroamérica, Venezuela, Corea del Norte, Rusia, China y varios grupos terroristas encabezaron las pesadillas de un paranoico Trump que intentó aislar a su país de esos malvados y siniestros enemigos.

Bueno, tampoco es que fuera novedad esta idea de los enemigos de “la democracia y los derechos humanos”, estaban afuera, por décadas, la política exterior de Estados Unidos pareciera escrita y dirigida desde Hollywood, tomando como base el clásico storytelling del villano vs. el héroe.

Sí, en pleno siglo XXI seguimos leyendo sobre el enemigo externo en la política exterior estadunidense, como si realmente algún país quisiera que los estadunidenses pasaran de la paz y la prosperidad como un acto de maldad pura y demoniaca.

Hoy, Joe Biden promete una política exterior fincada en la diplomacia, como medio para recuperar el perdido protagonismo en la arena internacional.

El regreso a la Organización Mundial de la Salud (OMS), al Acuerdo de París y a retomar su liderazgo en la OTAN ponen de manifiesto la buena voluntad de Biden para retomar el rumbo de la cooperación internacional.

¿Pero acaso Biden llegó tarde? La respuesta es sí, hoy la idea de que Estados Unidos sigue siendo “la potencia” es una idea de 1999. 

Desde la década pasada, China y Rusia han extendido su influencia a lo largo del mundo, sobre todo en los lugares abandonados o poco priorizados por el gigante norteamericano.

Basta echar un ojo al vecindario, la influencia de Estados Unidos es grande, eso nunca se puede negar, pero su desplazamiento a un segundo plano es evidente, sobre todo en Sudamérica.

México y Centroamérica son otra historia, el mal llamado “patio trasero” se está saliendo de control.

Por un lado, Centroamérica (salvo Costa Rica y Panamá), hundida en una grave crisis económica y de seguridad, amenaza con mayores movilizaciones hacia el norte.

Es una situación imparable que difícilmente se podrá contener en los próximos años y está derivando en una crisis humanitaria profunda.

México es un caso aún más complejo, los cárteles de la droga, de trata de personas y la continua migración hacen de nuestro país una papa caliente a la que difícilmente Biden podrá manejar.

Sin contar las tibias relaciones bilaterales de López Obrador, los guiños de este último a Rusia y China y las alianzas con otros países de la región, no son del agrado de Washington.

Hace unos días, la administración republicana anunció una serie de apoyos económicos y estímulos para prevenir la migración y un sinfín de sueños guajiros denotan la poca capacidad estadunidense para enfrentar problemas tan complicados y urgentes como la migración.

Para los detractores de López Obrador, la noticia es que Biden replicará, en un intento desesperado de reducir la migración, el programa Sembrando Vida.

Ninguna sorpresa nos deparan los próximos años en la política exterior, a lo mucho una réplica de la liderada por Obama y no muy lejana a la de su enemigo de color naranja.

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