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Perú

Julio Faesler

Julio Faesler


Pedro Castillo, conocido líder popular, ha sido depuesto de su cargo de presidente de Perú, acusado de corrupción y otros delitos graves.

Advirtiendo la sólida oposición de muchos sectores a su programa de cambios radicales, Castillo ordenó disolver el Congreso y anunció la instalación de un gobierno “de excepción” decretando, a la vez, toque de queda. La respuesta del Congreso fue el voto de 101 de sus 130 miembros, de los que 80 eran de oposición, por la destitución, nada menos que por “incapacidad moral”, y al expresidente se le acusa por “rebelión”.

Lo que siguió fue su arresto y sustitución por la vicepresidenta Dina Boluarte, abogada de 60 años y primera mujer que dirige Perú. Ella forma parte del partido Perú Libre, por cierto, de inspiración marxista.

Castillo, que tenía noticias de lo que acontecía, anunció que pedía asilo en la Embajada de México en Lima. Los policías que lo llevaban preso no atendieron su petición de dirigirse a nuestra representación y lo llevaron a la comisaría correspondiente.

El asunto es complejo. En su columna en Excélsior, Yuriria Sierra platica que Pedro Castillo es pájaro de cuenta. Son varias las denuncias pendientes que lo acusan de delitos relacionados con tráfico drogas y delitos penales. Igualmente, Raymundo Riva Palacio alude a que “Pedro Castillo, para impedir su tercer juicio por corrupción, intentó un autogolpe de Estado disolviendo el Congreso horas antes de la votación” que lo enjuiciaría.

Pero el Presidente mexicano no tardó en expresar su solidaridad con Castillo. Escribió en Twitter: “Consideramos lamentable que, por intereses de las élites económicas y políticas, desde el comienzo de la presidencia legítima de Pedro Castillo, se haya mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en su contra”. Continúa afirmando que las élites peruanas obligaron a Castillo a renunciar.

Varios países ya reconocieron a la nueva presidenta que tomó posesión de su cargo. Alberto Fernández, entre otros presidentes de izquierda, llamó a la nueva presidenta del Perú para expresarle su apoyo. El rechazo general a la destitución de Castillo no se dio. AMLO no se inquieta. México es independiente y verá si reconoce o no al nuevo gobierno. Consultará con miembros de la Alianza del Pacifico si Perú ha de continuar encabezando ese grupo, hasta ahora presidido por México.

Ayer a las doce treinta horas, la Cancillería peruana llamó al embajador mexicano, Pablo Monroy, para transmitirle “la extrañeza que han generado en el Perú las expresiones de AMLO y del canciller Marcelo Ebrard respecto a los procesos políticos en el país… Las expresiones de las autoridades mexicanas constituyen una injerencia en los asuntos internos del Perú…”

El canciller Ebrard informa estar atendiendo la petición de asilo de Castillo. Pero la figura del asilo ya no puede aplicarse al caso del expresidente Castillo, que ya se encuentra recluso, al lado de Alberto Fujimori, en la cárcel y sin tener carácter de perseguido. Por lo que es ya extemporáneo el que AMLO insista en dar asilo a Pedro Castillo.

Aquí en México, AMLO ha caído en varias incongruencias, empezando por no respetar la acción parlamentaria a la que Perú tiene soberano derecho. Otra incongruencia es la supuesta contradicción con el principio de no injerencia en asuntos internos de otros países.

Una injerencia en asuntos internos de un país se da, empero, con la acción clara, definida y ejecutada con el propósito de desviar una acción o sus efectos. Esto no se ha dado. Si el gobierno mexicano estima injusto el proceso peruano, la acción correspondiente está por las vías internacionales a su disposición, además de la denuncia ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Malamente puede decirse que las expresiones de AMLO constituyan injerencia en los asuntos internos de Perú.

Las expresiones vertidas por AMLO sobre la acción parlamentaria peruana no coinciden con reacciones tolerantes de algunos países. Esas declaraciones pueden asimilarse a las que son usuales en jefes de Estado que opinan claramente sobre las acciones y políticas de otros países. Presenciamos a diario el franco intercambio de expresiones entre los países en el escenario de intereses contrarios. Las que se vierten a causa de los diferendos que hay con nuestros socios en el T-MEC son ejemplos.

El que ningún país latinoamericano se haya mostrado defensor de Castillo demuestra que AMLO defiende a Castillo sólo por su propósito de realizar su programa marxista-leninista.

El que la democracia en América Latina no parece que arraigue denota la tarea que nos espera con tal de entender que todos los tejados, empezando por el nuestro, son de vidrio.

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